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Por Paulina Carranco
sábado, 13 de octubre de 2018
La familia como factor de riesgo para la
conducta criminal
Redondo
y Pueyo (2009) señalan que la delincuencia es uno de los problemas sociales en
que suele reconocerse una mayor necesidad y posible utilidad de la psicología. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX y
hasta nuestros días se ha ido conformando una auténtica psicología
criminológica. En ella, a partir de los métodos y los conocimientos generales de
la psicología, se desarrollan investigaciones y se generan conocimientos
específicos al servicio de un mejor entendimiento de los fenómenos criminales.
Sus aplicaciones están resultando relevantes y prometedoras tanto para la
explicación y predicción del comportamiento delictivo como para el diseño y
aplicación de programas preventivos y de tratamiento. Así, los conocimientos
psicológicos sobre la delincuencia se han acumulado en torno a diferentes áreas
de estudio de la criminalidad.
Sin
embargo, cuando se trata del ámbito de la explicación, Arce y Fariña (2007)
mencionan que si bien se ha intentado explicar el comportamiento desviado desde
múltiples perspectivas, los diferentes intentos explicativos se han orientado
hacia la maximización alguno de los siguientes tres factores: biológicos,
psicológico-individuales y psicológico-sociales y generalmente en estas teorías
la explicación que se ofrece de la delincuencia se orienta a la
sobredimensionalización de una(s) variable(s) o dimensión(es) en detrimento de
otras, lo cual lleva implícito que el valor de las mismas sea relativo. Por
extensión, la categorización de los marcos teóricos en función del origen del
comportamiento antisocial en biológicos, psicológicos y sociológicos también se
refleja en los tratamientos que están orientados, generalmente, ya sea a aislar
los efectos de un único componente, o a recurrir a una fórmula de tratamiento
aplicable al conjunto del problema, pero desde una única perspectiva.
Es
por esta razón, que Munizaga (2009) indica que las explicaciones
unidimensionales de la delincuencia no son suficientes. A partir de los años
70’s, y hasta la actualidad, nuevas corrientes de pensamiento plantean que las
causas del fenómeno de la criminalidad son múltiples y pluridimensionales. Con
ello, surge un movimiento integrador de teorías que se basan en estudios
longitudinales realizados en Estados Unidos y Reino Unido, los que comprueban,
mediante evidencia empírica, que la delincuencia es un fenómeno dinámico,
multicausal y complejo. Uno de estos enfoques es el de factores de riesgo, que
realiza planteamientos comprensivos acerca de este fenómeno, debido a que lo
explica desde un punto de vista multicausal.
El
término “factores de riesgo” se refiere a la presencia de situaciones
contextuales o personales de carácter negativo que incrementan la probabilidad
de que las personas desarrollen problemas emocionales, conductuales o de salud.
De esta forma, la premisa apunta que a mayor acumulación de factores de riesgo
en el tiempo por un individuo, mayor es la probabilidad de que éste exprese
conductas delictivas. (Munizaga, 2009)
Si bien es cierto que este tipo de comportamiento en la adultez
quedaría definido por la interacción de un conjunto de factores
biopsicosociales, podría decirse que dentro del grupo de factores
sociales/contextuales (grupo de iguales, escuela, vecindario) la familia
representaría un contexto de incuestionable influencia. (Aguilar-Cárceles,
2012). Se
trata del grupo social en el que la mayoría de las personas inician su
desarrollo, permanecen durante largo tiempo y conforman un entramado de
relaciones y significados que les acompañarán a lo largo de toda la vida.
Además, esta relevancia de la familia permanece vigente en todos los momentos
vitales de la persona, desde la niñez hasta la vejez, y la adolescencia no
constituye una excepción. Así, el grado de apoyo, de afecto y de comunicación
que el adolescente percibe en este contexto es un elemento que contribuye de
modo significativo a su bienestar psicosocial, así como al del resto de sus
integrantes. Aunque el adolescente incorpora nuevas relaciones en su red social
como las amistades u otros adultos significativos, la familia sigue constituyendo
el eje central que organiza la vida de éstos y continúa ofreciendo experiencias
concretas de desarrollo que influyen en las interacciones que los adolescentes
establecen en otros contextos, como la escuela o la comunidad más amplia
(Musitu, Buelga, Lila y Cava, 2001). En este sentido, la familia tiene todavía
el rol primordial de transmitir a sus hijos una serie de creencias, valores y
normas que les ayudarán a convivir en la sociedad de la que forman parte.
Sin
embargo, en la realidad, la familia también puede constituir un factor de
riesgo que predisponga al desarrollo de problemas de desajuste en sus miembros.
En distintas investigaciones se ha constatado que un ambiente familiar
positivo, caracterizado por la comunicación abierta y por la presencia de
afecto y apoyo entre padres e hijos es uno de los más importantes garantes de
bienestar psicosocial en la adolescencia (Musitu y García, 2004 citado en:
Musitu,
Estévez, Jiménez y Herrero, 2007) mientras que un ambiente familiar negativo
con frecuentes conflictos y tensiones, dificulta el buen desarrollo de los
hijos y aumenta la probabilidad de que surjan problemas de disciplina y
conducta.
Variables
familiares asociadas a la conducta criminal
Son
muchos autores los que han centrado en los últimos años su foco de discusión en
el análisis del contexto familiar como uno de los principales factores de
riesgo o desencadenante de conductas antisociales en la adultez atendiendo a
distintas variables:
Cuando
desde el entorno familiar la transmisión de normas, valores, creencias, y
actitudes, no se produce de manera adecuada se produce una distorsión del
proceso de socialización y la aparición de las conductas inadaptadas. Martos y
Rosser (2013) analizaron la relación existente entre la delincuencia juvenil y
los estilos educativos de los padres mediante la revisión de 342 expedientes
judiciales de menores infractores. Los resultados mostraron una relación
estadísticamente significativa entre la conducta delictiva de los jóvenes de
los casos revisados y el estilo educativo denominado permisivos o incongruentes
(caracterizado por el dimisionismo educativo y la no implicación afectiva en
los asuntos de los hijos) por parte de los progenitores.
Por
otro lado, es razonable pensar que una infancia caracterizada por conductas
violentas en el ámbito familiar pueda derivar en una adolescencia problemática.
Al respecto, Paíno y Revuelta (2002) estudiaron, por una parte, la relación de
determinadas variables familiares con la manifestación de la conducta de
maltrato en la familia y, por otra parte, la relación entre la existencia de
maltrato en la infancia y la posterior conducta delictiva en una muestra de 87
presos. Los resultados mostraron una fuerte relación entre las variables de
antecedentes penales y de adicción del padre con la variable criterio de
maltrato familiar. Y principalmente, se encontró una relación significativa
entre la existencia de maltrato en la infancia con variables relativas a la
historia penitenciaria como la edad de ingreso en prisión y la reincidencia.
Respecto
a la variable denominada estructura
familiar existe menos homogeneidad respecto a los resultados empíricos.
Torrente y Rodríguez (2004) analizaron la relación de esta variable en términos
de personas con las que vive el menor, (número de hermanos, el orden de
nacimiento, si sus padres viven juntos, si viven con ellos o con otros
familiares) con jóvenes de escuelas regulares y jóvenes que se encontraban en
un centro de reintegración. Sus resultaron indicaron una relación
estadísticamente significativa entre los hogares monoparentales y/o
desestructurados por separación/divorcio.
En
contraste, Antolín, Oliva y Arranz (2009) concluyeron que no existe asociación
entre el tipo de estructura familiar y la manifestación de comportamientos
antisociales infantiles cuando analizaron esta variable, mencionando también
que este tipo de conducta antisocial, puede ser mejor explicada, en el ámbito
de los factores familiares, a variables tales como la privación económica que
también ha resaltado Salazar-Estrada, Torres-López, Reynaldos-Quinteros,
Figueroa-Villaseñor y Araiza-González (2011) al encontrar relación entre
conducta antisocial en jóvenes y una serie de condiciones relacionadas con la marginalidad
de la familia y de su entorno; o el estrés familiar, variable cuya importancia
también ha sido mencionada por Hein, Blanco y Mertz (2004) en una revisión de
la literatura relacionada.
A
su vez, Ovalles (2007) encontró también una relación entre el hecho criminal en
la infancia y adolescencia, con la relación que se presenta cuando los grupos
familiares no funcionan adecuadamente, esto basado en la falta de comunicación,
de afecto, de actividades y de responsabilidades entre ellos, falta de pertenencia
y de cohesión, como características de la disfuncionalidad familiar.
Hay
algunas otras variables que, aunque no han demostrado la mayor significancia
estadística, vale la pena tomar en cuenta, tales como la falta de supervisión o
control de los padres, una familia numerosa, y carencias afectivas (Vázquez,
2003).
En
conclusión, existe una gran preocupación por las conductas problemáticas
adolescentes, tanto por el daño que hacen a otros o al conjunto de la sociedad,
como por el riesgo que suponen para los propios adolescentes. Los estudios que
se han realizado sobre delincuencia juvenil y conducta antisocial plantean el
carácter multicausal del fenómeno y señalan numerosos factores de riesgo que lo
precipitan (Sánchez-Teruel, 2012)
Entre
los factores explicativos de estos comportamientos están los relacionados con
la vinculación social. Por ejemplo, las relaciones con la familia. Los
presupuestos teóricos y los hallazgos empíricos ponen de manifiesto que el
ambiente familiar juega un papel fundamental en la conducta delictiva del
adolescente (Redondo, Luengo, Sobral y Otero, 1988). Sin embargo, hay que tomar
en cuenta que los factores de riesgo y protección no indican causalidad, sino
que constituyen condiciones, en este caso del entorno familiar, que predicen
una mayor o menor probabilidad de desarrollar un comportamiento (Hawkins et
al., 1998 citado en: Montañés, Bartolomé, Montañés y Parra, 2008).
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WENAS SEÑORITA DE DONDE ES EL ARTICULO?
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