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¿Y qué papel juega la psicología positiva contra la violencia?: Una pauta de acción para contrarrestar la violencia y promover el bienestar


¿Y qué papel juega la psicología positiva contra la violencia?: Una pauta de acción para contrarrestar la violencia y promover el bienestar


La psicología positiva es un área relativamente emergente dentro la psicología como tal (Moyano, Bermúdez y Ramírez, 2016). Aunque sus antecedentes se remontan a la psicología humanista en la década de los 50 (Salanova Soria y Llorens Gumbau, 2016), es apenas en 1998 cuando se puede hablar de su reconocimiento formal dentro de la Asociación Americana de Psicología. Y aunque la esencia de la psicología positiva ya figuraba como parte de los objetivos de la psicología como ciencia desde mucho antes, ésta se vio desplazada por el énfasis en el tratamiento de los trastornos mentales y el estudio de sus causas y sus efectos (Seligman y Csikszentmihalyi 2000). Así por un lado, la psicología se enfocó en prevenir y curar lo patológico pero también descuidó la promoción de lo salutogénico. Esta última tarea es retomada por la psicología positiva en el afán de proporcionar un equilibrio y un panorama integral de la psicología humana (Park, Peterson y Sun, 2013). Es decir la psicología positiva no niega la existencia de lo negativo sino va más allá de ello y reconoce también la existencia de lo positivo.   
En este sentido, la psicología positiva que puede ser definida como el estudio científico del funcionamiento óptimo humano (Seligman y Csikszentmihalyi 2000) juega hoy un papel muy importante en la promoción de la salud y el bienestar y por lo tanto en la prevención de fenómenos sociales como la violencia.
Pero ¿Qué es la violencia? ¿Qué la causa? Y ¿Cómo prevenirla? Estas son preguntas difíciles de contestar contundentemente pues la violencia es un fenómeno que ha sido estudiado y puede ser analizado desde muchas perspectivas. La violencia que puede ser definida como cualquier acción o inacción que tiene como finalidad causar daño (físico o no) a otro ser humano (J. Sanmartin, 2000), es una realidad que puede observarse hoy día en diversos escenarios y contextos; desde la violencia intrafamiliar, la violencia escolar, la violencia de género, hasta los actos terroristas y las guerras, son sólo algunos ejemplos que nos dicen que la violencia es un fenómeno social complejo que ocurre en muchos ámbitos en el mundo y nuestra sociedad. Sin embargo, en un análisis conceptual, algunos autores optan por diferenciar a la violencia de la agresividad el cual es otro concepto objeto de estudio y debate en psicología.

En este sentido J. Sanmartin (2000) considera que si bien la agresividad es una caracteristica innata en el ser humano esto no significa que su manifestación sea siempre inevitable y por lo tanto justificada por cuestiones biológicas. En otras palabras el ser humano es agresivo por naturaleza pero puede ser violento o pacifico dependiendo del contexto cultural en el que se desenvuelva (Alfonso Varea y Castellanos Delgado, 2006). Está visión sobre la violencia es más optimista puesto que por un lado permite considerar a este fenómeno como algo ampliamente evitable (prevenible), y por otro, culturalmente aceptable o inadmisible (aprendido/condicionado). 
Con base en lo anterior, es posible asegurar que existen vías para prevenir la violencia y por otra parte inculcar que la violencia no es el camino. Ahora, ¿Qué podemos hacer como sociedad para conseguir el objetivo anterior? ¿Qué puede hacer la psicología al respecto? y ¿Qué papel juega la psicología positiva en todo esto? Siendo la psicología la ciencia dedicada al estudio del comportamiento humano, tiene mucho que aportar en términos de comprender los factores involucrados en la violencia, atender a las víctimas de este fenómeno y generar campañas para reducir y romper con el circulo de la violencia, sin embargo, la psicología no sólo debería quedarse con la mera ausencia o inexistencia de la violencia sino también debería ocuparse de la promoción de la paz y el bienestar. Y es que como se ha mencionado anteriormente, un aspecto ignorado por mucho tiempo por la psicología ha sido el de cultivar las fortalezas y promover el desarrollo del potencial humano (Park, 2004). Este papel que ahora asume la psicología positiva de manera científica, aunque directamente no lo parezca puede hacer mucho para fomentar espacios y ambientes libres de violencia pero sobre todo para hacer de la paz una fortaleza y cualidad de la sociedad.

Los cómos de la psicología positiva para abordar la violencia, promover la paz y el bienestar

Pero ¿Cómo puede la psicología positiva y el bienestar promover la paz e incluso ayudarnos a combatir la violencia?
Una vez pronunciada la psicología positiva como área digna de estudio, sus principales impulsores Seligman y Csikszentmihalyi (2000) establecieron tres centros de trabajo para estudiar y entender mejor que factores influyen en el desarrollo de una vida plena, estos son: 1) Las experiencias positivas (emociones positivas, experiencias de flow, felicidad); 2) Los rasgos individuales positivos (fortalezas de carácter, talentos, valores) y; 3) Las instituciones positivas (escuelas, familias, comunidades). A la postre, Seligman (2009) agregó a estos ejes de trabajo una nueva vía: 4) Las relaciones interpersonales positivas (amigos, matrimonios, compañeros). La lógica detrás de estas áreas de estudio es que las instituciones positivas favorecen el establecimiento de relaciones positivas, y estas a su vez favorecen el desarrollo de los rasgos positivos y al mismo tiempo posibilitan las experiencias positivas (Park, Peterson y Seligman, 2004).
A continuación se describe de manera breve cómo estas cuatro variables pueden ayudarnos a enfrentar el tema de la violencia, promover la cultura de la paz y potenciar el bienestar.

Experiencias positivas

Estudios señalan que los efectos de sentirnos bien o experimentar emociones positivas resultan en volvernos más generosos, altruistas, ser más creativos, benevolentes con los demás y con nosotros mismos (Aspinwall, 2001; Fredrickson, 2001; Vázquez y Hervás  2009). La construcción de estos recursos personales, que incluyen aspectos cognitivo-conductuales, psicológicos y sociales pueden explicarse a través de la teoría de la ampliación y la construcción propuesta por Fredrickson (2001), la cual postula que las emociones positivas (al contrario que las emociones negativas) amplían momentáneamente nuestros repertorios de  pensamiento-acción lo que favorece el surgimiento de ideas y acciones creativas y novedosas, y el establecimiento de vínculos sociales. Esta nueva apertura cognitiva y conductual con el paso del tiempo termina a su vez por construir recursos personales duraderos que sirven después para la supervivencia y enfrentarse de manera más efectiva y positiva a la vida. Es decir, al fomentar las emociones positivas, no sólo promovemos el bienestar sino también construimos recursos personales para una convivencia más pacífica y sana.  

Rasgos positivos

Por otro lado, Seligman y Peterson (2004) en un intento por establecer un sistema de clasificación de cualidades o “rasgos positivos” que sean la contraparte del Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM por sus siglas en inglés, desarrollaron investigación que tomó aportes de la filosofía, las religiones y diversas culturas para su realización. El resultado, arrojó un total de 24 fortalezas de carácter, agrupadas en 6 virtudes. Dichas fortalezas se caracterizan por: (1) Ser valoradas en todas las culturas; (2) Ser un fin y no un medio en sí mismas y; (3) Pueden ser adquiridas. Entre dichas fortalezas se encuentran la humildad, la amabilidad, la prudencia, el autocontrol, el perdón y el altruismo, las cuales se han relacionado con una reducción de la violencia y baja externalización de la agresividad (Cohrs, Christie, White y Das, 2013; Giménez, Vázquez y Hervás, 2010; Tweed, Bhatt, Dooley, Spindler, Douglas y Viljoen, 2011). Asimismo, de manera general se ha encontrado evidencia que señala que “un buen carácter” o la presencia de estas fortalezas personales se relacionan con un menor índice de conductas de riesgo (tabaquismo, abuso de sustancias), psicopatologías y disminución de la violencia (Park, 2004) mientras que virtudes como la trascendencia y la templanza podrían fomentar la paz (Peterson y Seligman, 2004). Así pues, las fortalezas de carácter además de servir para resolver problemas (Park, Peterson y Seligman, 2004) que se asocian a un malestar social, también podrían contribuir al bienestar y la paz. 




 Instituciones positivas

Las instituciones sociales como la familia, la escuela y la comunidad como tal pueden jugar tanto el papel de factores de riesgo como factores de protección ante la violencia (Moore, Stratford, Caal, Hanson, Hickman, Temkin, Schmitz, Thompson, Horton y Shaw, 2014; Lösel y Farrington, 2012); es decir mientras estas instituciones pueden incrementar su probabilidad también pueden reducirla (Lösel y Farrington, 2012). Por esta razón es que trabajar para construir y promover instituciones más sanas y positivas no es sólo cuestión de bienestar sino también una manera de prevenir fenómenos como la violencia.
Sin embargo, cabe aclarar que en línea con el objetivo de la psicología positiva la meta no quedaría en mitigar o nulificar la violencia sino ir más allá de ella y trabajar por la construcción de cualidades como la armonía, la empatía y la humanidad (Cohrs, Christie, White y Das, 2013). Y es que son estas estructuras sociales las que a nivel individual  puede ayudar a prevenir el comportamiento violento pero también enseñar la cultura de la paz.

Relaciones positivas

Sin duda, una de las más grandes aportaciones de la psicología positiva al estudio del bienestar y la felicidad, es el hecho de que las relaciones positivas son un factor clave para tener una vida buena y una vida con sentido (Waldinger, 2016). Del mismo modo, también existe evidencia que respalda que los vínculos positivos pueden fungir como factores protectores contra violencia y a su vez se correlacionan negativamente con factores de riesgo asociados a ella, tales como el abuso de alcohol y el abuso de sustancias (Haase y Pratschke, 2010; Moore, et al., 2014). Así también, como podrá suponerse, las personas que mantienen relaciones interpersonales positivas poseen una serie de habilidades que los distingue, tales como la empatía, la resolución de conflictos y la capacidad de negociación (Wied, Branje y Meeus, 2017), las cuales podrían fomentarse en otros grupos para el establecimiento de relaciones más sanas y positivas. En esta la misma línea, la evidencia sugiere que los factores de protección son tan importantes como los factores de riesgo puesto que si bien estos últimos tienen un impacto en la reducción con la violencia (Moore, et al., 2014), los primeros como en el caso de las relaciones positivas favorecen ambientes de armonía, tolerancia y de paz (Cohrs, Christie, White y Das, 2013), incompatibles con la violencia.

Y que pude ofrecer la psicología positiva cuando la violencia se ha presentado




Indudablemente, la psicología positiva no solo se enfoca en emociones y experiencias como la alegría, la felicidad y el bienestar y pasa por alto el hecho de que en el mundo y en nuestra sociedad existen personas que han atravesado por situaciones de violencia.
Ante el dolor y el sufrimiento humano, la psicología positiva también ofrece recursos para superarlos y florecer. Entre estas estrategias o recursos psicológicos positivos se encuentran, la espiritualidad, la resiliencia, el crecimiento postraumático, la vida con sentido y significado, las emociones positivas, las relaciones positivas, el optimismo, la reevaluación positiva, la fe, la esperanza y el amor, las cuales han demostrado por un lado amortiguar los efectos producidos por el estrés y por otro dar un sentido diferente a las experiencias dolorosas y traumáticas para ser utilizadas de manera positiva para el crecimiento personal (Fredrickson 2001; Joseph, 2009; Park, Peterson y Sun, 2013; Seligman y Peterson 2004). Asimismo, estas experiencias, rasgos y características positivas tienen la capacidad de incrementar y promover la salud y el bienestar lo cual no equivale a la mera ausencia de problemas o enfermedad (OMS, 1947).

Conclusiones

La violencia es un fenómeno social complejo y de salud pública que tomando en cuenta un modelo ecológico involucra tanto factores individuales, como interpersonales, comunitarios y sociales (Reilly y Gravdal, 2012). Asimismo altos niveles de violencia en algunos países comparado con otros sugieren que existen creencias, valores y políticas que subyacen a una cultura de la violencia (Moore, et al., 2014) lo cual también indica que existen distintos factores involucrados. Estos factores pueden tanto incrementar la probabilidad de violencia (factores de riesgo) como reducirla o incluso prevenirla antes de que aparezca (factores de protección). Asimismo existe evidencia que señala que la probabilidad de violencia disminuye conforme el número de factores de protección aumenta (Lösel y Farrington, 2012). Estos factores de protección para la psicología positiva tendrían que ver con cultivar y promover aspectos tales como las emociones positivas, los rasgos positivos, las relaciones positivas y las instituciones positivas las cuales contemplarían las variables señalas por el modelo ecológico. Sin embargo, tomando en cuenta el modelo del déficit predominante en psicología estos factores de protección y promoción de la salud estarían siendo ignorados. En este sentido el presente análisis pretende no sólo prestar atención a los factores que pueden reducir la violencia desde la prevención sino también a aquellos que pueden ayudar a erradicarla a través de la promoción del bienestar y una cultura de la paz.


 Referencias

Aspinwall, L.G. (2001). Dealing with adversity: Self-regulation, coping, adaptation, and health. In A. Tesser & N. Schwarz (Eds.) The Blackwell Handbook of Social Psychology: Vol. 1. Intrapersonal Processes. Malden, MA: Blackwell.

Cohrs, J. C., Christie, D. J., White, M. P., & Das, C. (2013). Contributions of positive psychology to peace: Toward global well-being and resilience. American Psychologist68(7), 590.
Fredrickson, B. L. (2001). The role of positive emotions in positive psychology: The broaden-and-build theory of positive emotions. American Psychologist, 56(3), 218-226.


Giménez, M., Vázquez, C. & Hervás, G. (2010). El análisis de las fortalezas psicológicas en la adolescencia: Más allá de los modelos de vulnerabilidad. Psychology, Society & Education, 2 (2), 97 – 116.


Haase, T., Pratschke, J. (2010). Risk and Protection Factors for Substance Use among Young People: A comparative study of early school-leavers and school-attending students. National Advisory Committee on Drugs.
Joseph, S. (2009). Growth following adversity: Positive psychological perspectives on posttraumatic stress. Psihologijske teme18(2), 335-344.
Lösel, F., & Farrington, D. P. (2012). Direct protective and buffering protective factors in the development of youth violence. American journal of preventive medicine43(2), S8-S23.
Moore, K., Stratford, B., Caal, S., Hanson, C., Hickman, S., Temkin, D., Thomson, J., Horton, S., Shaw, A. (2014). A Review of Research, Evaluation, Gaps, and Opportunities. Trends Child, 1-111.
Organización Mundial de la Salud. Constitución. Geneva: Organización Mundial de la Salud. 1947; p. 1-2
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Park, N., Peterson, C. & Seligman,, M. E. P. (2004). Strengths of character and well-being. Journal of Social and Clinical Psychology, 23, 603-619.

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Salanova Soria, M., Llorens Gumbau, S. (2016). Hacia una psicología positiva aplicada. Papeles del Psicólogo37(3), 161-164
Sanmartín, J. (2000): La violencia y sus claves. (4ta ed). Barcelona. Ed Ariel, 13-21.

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Tweed, R. G., Bhatt, G., Dooley, S., Spindler, A., Douglas, K. S., Viljoen, J. L. (2011).

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Varea, A., Manuel, J., & Castellanos Delgado, J. L. (2006). Por un enfoque integral de la violencia familiar. Psychosocial Intervention15(3), 253-274.
Vázquez, C. y Hervás, G. (2009) (Eds.), La ciencia del bienestar: Fundamentos de una Psicología Positiva. Madrid: Alianza Editorial

Waldinger, R. J. (2002). The Study of Adult Development. United States of America. Fonte: http://hr1973. org/docs/Harvard35thReunion_Waldinger. pdf.
Wied, M., Branje, S. J. T. y Meeus, W. H. J. (2007). Empathy and conflict resolution in friendship relations among adolescents. Aggressive Behavior, 33, 48-55.


domingo, 13 de mayo de 2018
Por Marisol Perez

La escuela como dispositivo reproductor de violencia legitimada: la responsabilidad del profesional de psicología


La escuela como dispositivo reproductor de violencia legitimada: la responsabilidad del profesional de psicología


Como señala Bauman (2008), vivimos en un mundo de violencia legitimada. El Estado se ha arrogado el derecho a trazar el límite entre la coerción tolerable y la intolerable, derecho que es el objetivo de toda lucha por el poder. Históricamente, se nos ha negado el derecho a resistirnos a esa coerción, a cuestionar sus motivos, actuar en consecuencia o a exigir compensación. Alegando un “interés común”, el “proceso civilizador” consiste en hacer irrelevantes e inválidos los intentos de lucha, reduciendo al mínimo o eliminando por completo la posibilidad de disputar el límite entre la coerción legítima y la ilegítima fijado por el Estado.

Al interiorizar estos límites impuestos, vivimos permanentemente oprimidos y cegados a la condición de nuestra existencia, hemos naturalizado la violencia al grado que perdemos de vista que una vez que los actos “socializadores” son despojados de su envoltura conceptual, no queda nada que permita distinguir una trasgresión física de una que nos impone formas de vernos a nosotros mismos y al mundo. Tan es así, que hemos abandonado nuestra tendencia a ofrecer resistencia y nos hemos habituado ciegamente a compartir el mundo con aquellos que nos someten.

En el contexto escolar, como en todo ámbito de relación humana, se encuentran inmersas formas de relación legitimadas basadas en el poder y el sometimiento. Al respecto, Huerta (2008) plantea que la escuela, a pesar de alegar neutralidad, es un espacio reproductor de una estructura social demandante, ejecutora de poder, violenta e imposibilitadora de la igualdad social. De esta forma, las acciones pedagógicas que tienen lugar en la escuela logran interiorizar en los niños el orden externo en función de la clase dominante y de la arbitrariedad cultural mostrada como legítima. Se educa a los alumnos para reconocer a un poder impuesto, dominante y excluyente, representado por el profesor, los directivos de la institución o cualquier autoridad pedagógica. Es decir, todos aquellos avalados por el sistema social como los conocedores y los legítimos poseedores de la autoridad para evaluar, señalar y segregar. De este modo, la estructura de la escuela es un sustituto de la coacción física, pues impone un modelo social y cultural y además hace sentir, a través del ejercicio del poder y la violencia simbólica, superiores e inferiores a los individuos (Huerta, 2008).

Todas estas prácticas de violencia tolerable perpetuada por los opresores en todo contexto relacional, y, en específico, en el que se enmarca en el ámbito académico, encuentra justificación en el ejercicio de poder por excelencia que define en gran medida la condición de nuestra existencia: el concepto de normalidad. El uso de esta categoría y su uso como instrumento histórico para distinguir lo normal de lo anormal, encuentra su origen en el discurso médico, sin embargo, ha sido adoptado con vehemencia por los enfoques dominantes en psicología. (Foucault, 2012). Amparada con la complicidad de esta disciplina, los niños en el sistema educativo tradicional se encuentran sometidos a las prácticas y condiciones que la psicología absolutista propicia en sus contextos de relación.

Las problemáticas a la que se enfrentan los niños son “medicalizadas” y “psicologizadas” a través de un diagnóstico clínico que “utiliza un lenguaje basado en la deficiencia, que localiza los problemas en el interior del individuo y totaliza y estigmatiza la identidad del cliente bajo una categoría diagnóstica” (Morales, 2009)
Desde el inicio de nuestra formación como profesionales de la psicología, como es de esperarse en el ámbito académico y bajo las mismas condiciones que he referido con anterioridad, existe una marcada tendencia a ponderar las perspectivas, herramientas o técnicas que aseguren objetividad -e incluso neutralidad política- al analizar cualquier fenómeno psicológico. Aceptamos y hacemos propia el ansia de colocarnos siempre, como profesionales, en la posición de "aquel que sabe” frente al “ignorante”, del “completo” frente al “incompleto”, del “hábil” frente al “no hábil”, del “normal” frente al “anormal” y posicionamos nuestra visión del mundo como la “verdadera”, como si fuéramos capaces de asegurar la posesión de un reflejo incuestionable de la realidad.


Al igual que el relativista, que no pretende negar el valor pragmático de la verdad ni abandonar el uso del concepto, sino resignificarlo aceptando que lo único que podemos afirmar es que la verdad «es», pero que es «condicionada»; es decir, que siempre depende de un determinado marco de referencia (Ibáñez, 2014), adoptar una postura crítica frente al ejercicio de la psicología implica no olvidar que, como diría Bavčar (2014): “La percepción, por adecuada que sea, resulta siempre local y profundamente parcial” (p.55). Como señala Rodríguez (2012) el hecho de que una forma particular de considerar, entender y valorar asuma una posición hegemónica y un poder normativo tiene consecuencias importantes, ya que privilegia ciertos saberes y excluye formas de entender y describir el mundo que son contrarias a la “verdad” oficial. Suprime, también, cualquier actividad crítica que ponga en riesgo su hegemonía y limita nuestra capacidad para actuar al margen de pautas preestablecidas, de explorar y de enriquecernos por modos alternos de concebir la realidad social (Morales, 2009).
Resulta evidente que, como profesionales de la psicología, al igual que como seres humanos, llegamos a un mundo preconfigurado, que nos hereda determinada gramática (Mèlich, 2010) (lenguaje, símbolos, hábitos, valores, normas e instituciones) desde la que se nos instruye a abordar los fenómenos que nos ocupan. Sin embargo, no debemos olvidar que este complejo entramado de conceptos, inevitablemente anclados al contexto sociohistórico en que fueron desarrollados, caducan, y limitan nuestras posibilidades de actuación.

Si bien no podemos escapar a esta herencia, podemos renunciar a la pasividad que hemos adoptado frente a la eterna tensión que supone nuestra herencia y nuestro modo de administrarla, transformarla y renovarla, descubriendo nuestra posibilidad de intervenir en la construcción del futuro y la significación del pasado (Mèlich, 2010).

Como psicólogos, es nuestra responsabilidad mantener el dinamismo del proceso que implica resignificar nuestros conceptos, cuestionar los enfoques, defendiendo siempre la apertura a nuevas formas de relación con el otro, detener nuestra tendencia a intervenir en términos de regularización, legitimando conceptos y categorías que se convierten en pretexto para la segregación y, en general, hacer de nuestro ejercicio profesional un verdadero acontecimiento, que nos orille a una ruptura definitiva con lo anterior, a una confrontación radical con el otro y con nosotros mismos, hacer de nuestra profesión una práctica ética, que configure espacios de cordialidad que hagan posible una relación compasiva, una respuesta al dolor del otro.

Sólo de esta forma podremos generar propuestas verdaderamente alternativas, respetuosas de la alteridad y profundamente críticas respecto de nuestro papel como reproductores de una visión del mundo que tiende a violentar y estigmatizar a quien se atreve a retarla.



REFERENCIAS

Bauman, Z. (2008). La sociedad sitiada. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Bavčar, E. (2014). En la cuna del sol: diario de viaje a México. Diecisiete. Recuperado de: http://diecisiete.org/index.php/diecisiete/issue/viewIssue/11/14
Foucault, M. (2012). Cap. 1. El poder, una bestia magnífica. En El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida. pp. 29-46. Buenos Aires: Siglo XXI editores.
Huerta, A. (junio, 2008). La construcción social de los sentimientos desde Pierre Bourdieu. Iberóforum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana, 3 (5). Recuperado de: http://www.redalyc.org/pdf/2110/211015579005.pdf
Ibáñez, T. (2014). Adenda 3. Relativismo contra absolutismo: la verdad y la ética. En Anarquismo es movimiento. Anarquismo, neoanarquismo y postanarquismo. pp. 127-142. Barcelona: Virus editorial.
Mèlich, J. (2010). Ética de la compasión. Barcelona: Herder.
Morales, E. (2009) Herejías Terapéuticas: Un Acercamiento Construccionista Relacional a la Psicoterapia. En Temas de la psicología. pp. 121-14. Puerto Rico: Publicaciones Puertorriqueñas.
Rodríguez, A. (2012). Hacia una perspectiva biopolítica de la terapia psicológica: el funcionamiento de los dispositivos de poder sobre L., una niña agresora sexual. En: La biopolítica en el mundo actual: reflexiones sobre el efecto Foucault. Barcelona: Laertes.


sábado, 28 de abril de 2018
Por Paulina Carranco

¿Porqué ocurre la Violencia Sexual?


La sexualidad humana ha sido objeto de estudio a lo largo de diferentes períodos históricos y a través de diversos enfoques como el biológico, social, cultural, psicológico, legal etc. Estas perspectivas coinciden en que la conducta sexual es tan variada como la cultura, los rasgos de personalidad y otros factores que definen la conducta del ser humano.

Tal como ocurre al  hablar de las conductas humanas,  para entenderlas deben tomarse en cuenta una serie de factores. No se llega a un acuerdo  con respecto a lo que es la “normalidad” y la “anormalidad”,  sin embargo, al hablar de conductas sexuales se llega a la conclusión que existen conductas  patológicas, mismas que se caracterizan por afectar el desarrollo social del individuo.

Existen otro tipo de conductas sexuales que pueden considerarse antisociales, estas  en ocasiones pueden convertirse en conductas delictivas penadas por la ley (Soria,  Hernandez, 1994). Cabe aclarar que no todas las conductas sexuales patológicas incluyen conductas antisociales, así como no todas las conductas antisociales son tipificadas como un delito.

Dentro de la diversidad de conductas sexuales consideradas como antisociales, se encuentra la violencia sexual.  En la definición de este término  se encuentran inmersos valores culturales, normas sociales, derechos humanos, roles de género, iniciativas legales y de delito, los cuales evolucionan con el tiempo. De acuerdo a las conclusiones del Informe Mundial sobre la violencia y la salud, en el informe sobre las perspectivas globales de la violencia sexual (Centro Nacional de Recursos sobre la violencia sexual, 2005), la violencia sexual se define como:

“Todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de esta con la víctima en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo (Jewkes, Sen y Garcia-Moreno, p. 161, 2002)”.

A nivel mundial, nacional, internacional y local la violencia sexual ha sido un tema prioritarios, generando así investigaciones y programas que ayudan a entender esta conducta, a prevenirla y a tratar de sobre llevar las consecuencias de las víctimas y victimarios.

La violencia sexual se considera de alto impacto, debido a las consecuencias en la víctima directa, los familiares y al mismo tiempo las consecuencias en el victimario, pues es una conducta que además de que puede ser penada por la ley, la sociedad también la juzga y etiqueta a ambos, a la víctima y el victimario.

Otro factor por el que resulta un tema prioritario es que la mayoría de las veces resulta difícil resarcir el daño ya que además de las consecuencias físicas, existen consecuencias psicológicas que son complicadas de sobrellevar.

En este sentido una de las metas principales con respecto a la violencia sexual es, conocer la motivación del victimario e incluso poder identificar características comunes en estos para poder prevenir estas conductas.
Para entender las motivaciones individuales la psicología se ha dado a la tarea de generar teorías explicativas desde diferentes enfoques, mismas que se abordarán a continuación.

Desde el enfoque tradicional de  la psicopatología, la violencia sexual se entiende como una desviación sexual. Desde este enfoque clásico clínico del agresor sexual, el objeto de estudio se centra en conocer al agresor y la necesidad de encontrar características intrapsiquicas individuales como determinantes de esta agresión (Soria,  Hernandez, 1994).

En cuanto a las teorías del comportamiento humano, estas proponen que en la violencia sexual existe un reforzamiento, sin embargo, su aportación más importante ha sido en cuanto al estudio científico de este comportamiento (Soria,  Hernandez, 1994). Al respecto los estudios actuales de índole transcultural, han demostrado la diversidad de conductas sexuales aunadas a la variedad de perspectivas y posturas respecto a estas desde el contexto de la diversidad cultural, como los rituales de paso, etc. (Soria,  Hernandez, 1994). Recalcando con esto la importancia de la contextualización cultural para entender la conducta sexual humana.

Desde las teorías psicologicas, se establece la diferencia entre los comportamiento “normales” y “anormales” o patológicos y explicando, las disfunciones sexuales para establecer su tratamiento (Ibáñez Peinado, 2012) . Esta perspectiva  se centran en el concepto propueso por Freud de libido (deseo, ganas). Freud toma este concepto de Albert Moll (fundador de la sexología moderna), reconociendo la dificultad de definir este concepto, asignandole una carácter cualitatitvo y cuantitativo definiendola como: “La energía considerada como una magnitud cuantitativa de las pulsiones que tienen relación con todo con lo que puede relacionarse con la palabra amor (Ibáñez Peinado, 2012)”.

En este sentido, desde la teoría psicoanálita la sexualidad hace referencia a  una serie de excitaciones y de actividades existentes desde la infancia, que producen un placer que no puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica fundamental, si no que se encuentra relacionada también con el denominado amor sexual. (Ibáñez Peinado, 2012). Para entender las teorías explicativas  de la violencia sexual es necesario entender la sexualidad humana, tomando en cuenta factores del contexto histórico, social, individual y conductual. Las  teorías actuales coinciden en una explicación multicausal,  donde tienen que tomarse en cuenta varios factores para entender las conductas sexuales (Soria,  Hernandez, 1994).

El estudio de los factores que deben tomarse en cuenta para entender la sexualidad humana, resulta relevante pues solo a través de  estudios en diversas culturas y contextos, podrían identificarse los factores comunes en la conducta sexual y sobre todo en la violencia sexual, favoreciendo el conocimiento de la dinámica para implementar medidas efectivas para la prevención y atención de esta conducta.

La violencia sexual puede caer dentro de la clasificación  de un delito sexual; este legalmente se define de la siguiente forma, Tomando en cuenta el Código Penal del Estado de Yucatán, se entiende como delito, toda conducta humana activa u omisiva, antijurídica, típica, imputable, culpable, punible y sancionada por las leyes penales (Diario Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán, 2011). Esta definición delimita la gama de conductas y la forma de diferenciar una variación en la conducta sexual y lo que se tipifica como delito de índole sexual. En Yucatán  y en general en México y el mundo, la delincuencia sexual resulta de gran impacto por su baja denuncia, de igual forma,  se consideran de mayor gravedad, debido a que incluye las consecuencias físicas y psicológicas que trae este delito a las víctimas, afectando no sólo el honor, sino también la integridad y la dignidad como persona; por lo que, si bien se afecta la libertad de la elección sexual, las víctimas viven esos sucesos como atentados a su privacidad, a su intimidad, a su físico y a su identidad en forma integral, de igual forma afecta a los que los rodean (Familia y amigos) (Burgos, 2009).

Retomando los puntos abordados previamente, los delitos de índole sexual,  no se deben exclusivamente a un factor,  consisten en una serie de factores causales que llevan al sujeto a cometer esta conducta penada por la ley. Por otro lado la mayoría de los delitos de índole sexual son cometidos con violencia, este componente  agrava la conducta y por ende la pena así como la disminución del pronóstico de éxito para la readaptación y prevención de la reincidencia (Pueyo y Redondo, 2007).

Debido a lo anterior, se recomienda que  los delitos de índole sexual deben abordarse desde un enfoque integrador, incluyendo el trasfondo social y la psicología de quienes delinquen, resulta importante considerar las variables individuales, pues aunque el individuo es un producto de la influencia ambiental, no deja por eso de ser alguien diferente del resto, con motivaciones propias y peculiares (Jiménez, 2009). La teorías explicativas de la violencia sexual, pueden servir de guía para estudiar los factores individuales, así como  los factores de la personalidad que motivan la agresión y comisión de delitos sexuales.

Por lo tanto desde el punto de vista individual, si se toma en cuenta que la conducta sexual delictiva es una conducta concreta del individuo, expresión de su relación con la víctima en un lugar (espacio) y en una fecha (tiempo) determinados, la dificultad del delincuente gira en torno a aceptar la ley, lo que implica dificultades en el desarrollo de su personalidad y desde la perspectiva social significa una alteración, violación o transgresión de la norma establecida (Romi, 1995). Como conclusión, a lo largo de este texto se recalca el hecho de que la conducta sexual humana no tiene una explicación única, es algo multifactorial, por lo tanto la violencia y delitos de índole sexual deben interpretarse bajo un enfoque multifactorial.

Resulta necesario que los expertos en el área tengan claros los enfoques desde el punto de vista psicológico que pueden explicar estas conductas, ya que de esta forma se pudieran generar estrategias efectivas para la prevención. Po último considero que además de conocer las teorías explicativas desde la psicología,   para hacer interpretaciones de delitos sexuales o conductas sexuales, es necesario el estudio de la sexualidad humana, área que en ocasiones se olvida al momento de tratar de explicar estas conductas.

Referencias


ResearchBlogging.org
Jiménez, P. (2009). Características psicológicas de un grupo de delincuentes sexuales Chilenos a través del Test Rorschach PSYKHE, 18 (1), 27-38

Pueyo, A. A.,, & Redondo, S. (2007). La predicción de la violencia Papeles del Psicólogo, 28 (3), 145-146

Romi, J. C. (1995). Reflexiones sobre la conducta sexual delictiva Revista de psiquiatría forense, sexología y praxis. De la Asociación Argentina de psiquiatría

Burgos, A. (2009). El ofensor sexual y su abordaje psicológico forense en Costa Rica Revista digital de maestría en ciencias penales de la Universidad de Costa Rica

Centro Nacional de Recursos sobre la Violencia Sexual (2005) Conclusiones del Informe Mundial sobre la violencia y la salud. Recuperado de: http://www.nsvrc.org.

Diario Oficial (2011). Título tercero de los delitos y las responsabilidades. Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión: Autor.

Ibáñez Peinado, J. (2012). Psicología e investigación criminal, la delincuencia especial. Madrid: Dykinson.

Soria, M. A., & Hernández, J. A. (1994). El agresor sexual y la víctima. Barcelona: BOXIAREU Universitaria.
sábado, 11 de abril de 2015
Por Unknown

Reeducar a los Hombres que Ejercen Violencia: ¿Realmente funciona?



La violencia hacia la mujer es una problemática social que afecta a mujeres alrededor de todo el mundo. Especialmente, la violencia hacia la pareja, suele ser una de sus manifestaciones con mayor frecuencia; sólo en México, en 2011, el 47% de las mujeres de 15 años y más sufrieron algún episodio de violencia por parte de su pareja (INEGI, 2013). Este problema está considerado como el principal obstáculo para lograr la igualdad de género, y su erradicación, sigue siendo uno de los desafíos más importantes de nuestra época.

Desde el surgimiento de la lucha por la disminución de la violencia hacia la mujer, los programas de prevención y atención estuvieron centrados en la víctima. Es recientemente, hace unos 10 años aproximadamente, que las miradas empezaron a enfocarse en el origen real del problema, en aquellos que ejercen las acciones violentas: lo hombres. A lo largo de todo este tiempo, se han desarrollado programas para su reeducación con diferentes enfoques, perspectivas y metodologías como una estrategia novedosa para la erradicación de las desigualdades de género, pero cuya efectividad, hasta el día de hoy, ha sido cuestionada.



Debido al estado de la efectividad de estas acciones, Espinosa, Giménez-Salinas, y Pérez (2013), realizaron una evaluación a un programa penitenciario  de reeducación de hombres condenados por violencia hacia la pareja aplicado en varios estados europeos. El estudio se realizó con un grupo experimental y un grupo control, la muestra experimental estuvo compuesta por 635 participantes y el grupo control por 135 personas. Se aplicaron alrededor de 10 instrumentos pre y post tratamiento que medían diferentes variables relacionadas a la violencia de pareja. Posteriormente, se realizó un análisis del grupo experimental por separado y fue comparado con los resultados del grupo control (se redujo la muestra experimental a un número proporcional y con características homogéneas al grupo control para su comparación).

Estos son las áreas con mejorías significativas del grupo experimental por separado (efectividad del programa).
  1. Atribución de responsabilidad. Los resultados indicaron niveles significativos de cambios después del tratamiento en el sentido de un mayor reconocimiento del delito y de la propia responsabilidad en el mismo.
  2. Sistema de creencias. Los participantes mostraron significativamente menos pensamientos sexistas. Se observaron cambios en la disminución de los pensamientos y las manifestaciones hostiles sobre la supuesta inferioridad de la mujer. Así mismo, los celos patológicos mostraron una clara disminución.
  3. Abuso emocional. Los análisis mostraron una disminución significativa en el control excesivo, la indiferencia hostil y las estrategias de dominación e intimidación de los hombres sobre la pareja.
  4. Resolución de conflictos. Los hombres que participaron en el programa aumentaron significativamente sus estrategias de negociación al resolver conflictos de pareja y disminuyeron sus estrategias de agresión psicológica y lesiones.
  5. Ira. Los datos mostraron que los hombres exteriorizan menos su ira y son capaces de controlarla en mayor medida y por consiguiente, la expresan de forma menos hostil hacia los demás.
  6. Personalidad. Los hombres del programa mostraron significativamente menor impulsividad y temeridad y una mayor empatía.

Estos resultados sobre la efectividad del programa fueron complementados con el análisis de la comparación entre el grupo experimental y el grupo control, para comprobar que los resultados anteriores no se debieron al azar y sí, por el tratamiento. Se encontró una relación significativa con las siguientes variables.
  1. Atribución de la responsabilidad
  2. Sistema de creencias sexistas.
  3. Impulsividad

Adicionalmente se encontraron diferencias (aunque no estadísticamente significativas) es las variables de abuso emocional y control y expresión de la ira.

En conclusión, se puede observar que los programas de reeducación de hombres que ejercen violencia hacia su pareja pueden ser significativamente eficaces, siempre que se realice con una metodología sistematizada.

Otro de los aciertos de este tipo de programas es que inciden sobre variables importantes para la disminución de la violencia de género, esto es, sobre la atribución de la responsabilidad y la reestructuración de los sistemas de creencias hegemónicas sobre la masculinidad y feminidad. Una de las principales consideraciones en el trabajo con hombres es que este, debe tener el objetivo de lograr que los hombres se responsabilicen de su ejercicio de violencia, ya que  se considera que la violencia de género (y por tanto, hacia la pareja),  no  son  una  “enfermedad”  o  una  cuestión  del  “ser”  de  los  hombres, sino  que  es  una  cuestión  del  “hacer”. Si  se  considerara  la  violencia  de género como una enfermedad o trastorno mental, los hombres  no  serían  responsables  de  ejercer  violencia,  pues lo  sería  debido  a   su condición, algo sobre lo que no pueden controlar.  Existen diversos estudios que avalan que la violencia es aprendida, por lo tanto es algo que pueda desaprenderse, de allí que el trabajo se  base en reeducar a los hombres y en hacerlos responsables de sus acciones. Así mismo, el tema de la violencia  de pareja y de género  tienen  su  origen  en  la  construcción hegemónica de la masculinidad y feminidad, por lo tanto, la reeducación va en ese mismo sentido: en reestructurar su masculinidad

Este  trabajo  con hombres desde lo individual es importante, pero,  evidentemente,  es  insuficiente.  Es  necesario  que  los  sistemas  sociales,  políticos  y  económicos contemplen  cuestiones  de  género y que la política  pública  se incluya  la  prevención,  atención  y  erradicación  de  la  violencia  de  familiar, doméstica y de género como un eje importante. Solo así las acciones individuales tendrán una repercusión a nivel comunitario.

Referencias 

ResearchBlogging.orgRamírez, M., Giménez-Salinas Framís, A., & de Juan Espinosa, M. (2013). Evaluación de la eficacia del programa de tratamiento con agresores de pareja (PRIA) en la comunidad Psychosocial Intervention, 22 (2), 105-114 DOI: 10.5093/in2013a13

Pandillas y Bandas Juveniles


El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia  (UNICEF, 2002) señala que en el mundo hay 1.200 millones de jóvenes de entre 10 y 19 años de edad, la mayor generación de adolescentes de la historia. Muchos de ellos llevan las riendas de un hogar, cuidan de hermanos pequeños y de progenitores enfermos, educan a sus compañeros sobre los desafíos de la vida y la mejor manera de protegerse frente a las enfermedades, entre ellas el SIDA, y sobre las conductas peligrosas.

Sin embargo, existen jóvenes que encuentra en los actos antisociales y delictivos, la forma de expresarse y resolver fácilmente situaciones familiares desventajosas. En este sentido se detecta que  la falta de políticas públicas, la creciente descomposición social, la pobreza, la falta de oportunidades y la pérdida de la comunicación familiar, ponen en riesgo a los jóvenes, pues aunado a la etapa de desarrollo que atraviesan, en la que la búsqueda de la autoridad y el desafío a la autoridad los hace propensos a cometer delitos a temprana edad (Barraza Pérez, 2008).

Algunos adolescentes pueden realizar conductas antisociales que consisten en actos que violan la ley y que implican infracciones que pueden ir desde crímenes, asaltos, robos, hasta fechorías graves como vagancia, intoxicación y conductas que son ilegales en función del adolescente, como comprar alcohol y fugaz del hogar (Alcántara Nogal, 2001). Por lo que el mayor peligro es que la delincuencia juvenil, se convierta en un modo de vida para los jóvenes que no encuentran otras alternativas  en el medio donde se desenvuelven.

Rodríguez-Manzanera (2004), propone que en la delincuencia juvenil pueden encontrarse toda una gama de la criminalidad, desde el pequeño robo hasta el homicidio agravado, pues en dicha etapa del desarrollo sobre todo en la adolescencia, ya se tiene la fuerza para cometer delitos contra las personas (lesiones, homicidios) y la capacidad para los delitos sexuales (violación y estupro). Sin embargo  recalca, que el adolescente es  influenciable y que su deseo de libertar y prepotencia, lo pueden llevar a cometer actividades  antisociales. La criminalidad en menores en general se comete en grupo, la diferencia de estar en un grupo o actuar solo, tiene que ver con la motivación del delito y la naturaleza del mismo.

Una de las temáticas importantes en cuanto a los actos antisociales entre jóvenes, tiene que ver con las bandas juveniles y las pandillas. Para entender este tema, resulta importante aclarar la diferencia y relación entre estos temas.

Según Perea Restrepo (2007) las diferencias entre pandillas y bandas son las siguientes:


Banda Juvenil


Representa un modelo de sociabilidad que organiza el espacio y el tiempo de la vida cotidiana, es percibida por sus miembros, como una segunda familia o escuela de vida. Con respecto a las personas que conviven con los chicos banda, esta es tomada en cuenta por las organizaciones populares, las corporaciones del gobierno, los medios de comunicación y por el mercado (Feixa Pàmpols, 2012; Ibañez Peinado, 2012).

Se ubican principalmente en la periferia de las grandes ciudades y mantiene vínculos profundos con el territorio, cuya defensa es el motivo de conflictos endémicos con otras bandas (Feixa Pàmpols, 2012). Los lugares de preferente formación y actuación, son los barrios menos favorecidos, en los que falta el trabajo, el absentismo escolar, la escasa vigilancia tanto de los padres como de las diferentes instituciones sociales, municipales, provinciales, comunitarias o estáteles; dichas condiciones, hacen que se encuentren los pares de iguales y su ociosidad sin límites les predispone, inclina o incitan a la violencia y a la delincuencia (Ibañez Peinado, 2012).

Pandillas


Es un fenómeno social nacional e internacional, pero más que eso, producto del hacinamiento humano que se presenta generalmente en las grandes ciudades, generando condiciones para su surgimiento, proliferación y sostenimiento (Barraza Pérez, 2008).

Anteriormente, se mencionó que una de las diferencias entre una pandilla y una banda juvenil, tiene relación con la norma jurídica. En México, el Código Penal Federal (2014), en el Titulo Cuarto, Capítulo IV Artículo 164Bis indica: Se entiende por pandilla, para los efectos de esta disposición, la reunión habitual, ocasional o transitoria, de tres o más personas que sin estar organizadas con fines delictuosos, cometen en común algún delito” y en el 164 señala: “Al que forme parte de una asociación o banda de tres o más personas con propósito de delinquir, se le impondrá prisión de cinco a diez años y de cien a trescientos días multa (H. Congreso de la Unión, 2014).

Al igual que las bandas juveniles, las pandillas se presentan en contextos socioeconómicos bajos, en los que la pobreza extrema es un factor decisivo que propicia que los jóvenes delincan y se unan a este tipo de agrupaciones. Por lo general en las familias de los jóvenes pandilleros se presentan drogadicción, alcoholismo y delincuencia. Se encuentran marcados por violencia, falta de comunicación, escasa vigilancia y disciplina (Mejía Navarrete, 2001).


La pobreza es una situación social que se convierte en un detonante importante en las familias y en la vida de los niños y jóvenes que la padecen, pues los niños que son maltratados y explotados por sus familias, cuyas edades van de los 7 a los 12 años, no tiene posibilidades de realizar algún oficio y toman la calle como su alternativa, en la que se encuentran con otros similares a ellos que los inducen al consumo, tráfico de drogas, planear robos, asaltos y dar inicio a prematuras prácticas sexuales Por lo tanto, una característica predominante del menor infractor mexicano es sin duda la segregación originada por la pobreza.

Otro factor importante a considerar es el relacionado al gobierno y las instituciones, pues el tratamiento inadecuado del problema de la delincuencia juvenil y el pandillerismo, la falta de políticas para la juventud (Barraza Pérez, 2008) y la falta de oportunidades educativas y laborales, provocan que el adolescente que se encuentra en barrios y colonias que presentan necesidades, busque en las pandillas ya conformadas, apoyo y protección, que les permitan sobrevivir en un entorno social marcado por la carencia.

En las pandillas se observan las características de los grupos primarios: lealtad, sacrificio por los otros miembros del grupo, pero sobre todo respeto por las reglas establecidas, se castiga a quien las quebranta, incluso con la muerte. El miembro de la pandilla está casi completamente controlado por la fuerza de la opinión del grupo (Trasher, 1960, en Mateo, C. y González, C, 1998).

Por lo tanto, la adscripción a las pandillas no está directamente relacionada con la pretensión de obtener un beneficio económico, más bien los jóvenes declaran satisfacer en la pandilla necesidades personales que dejaron descubiertas sus familias, como el reconocimiento y la autonomía. La lucha entre las pandillas por controlar y dominar los territorios, cuya dinámica de control y de reunión no suele ser oculta; al contrario, las pandillas suelen apropiarse de espacios abiertos y visibles a todos los que conviven en él. Esta visibilidad forma parte del control que desean demostrar y que en muchos casos ciertamente tienen sobre el territorio y sus habitantes (Rodríguez Bolaños y Sanabria León, 2007).

En algunos jóvenes, la pertenencia a la pandilla y la delincuencia es algo transitorio, utilizado para llamar la atención a falta de autodominio, mientras que para otros se convierte en norma de vida. Cuanto más joven sea el delincuente, más probabilidades, habrá de que reincida, y los reincidentes, a su vez, son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos. (Jiménez Ornelas, 2005; Ibañez Peinado, 2012).

El tema del pandillerismo y las bandas juveniles, resulta interesante en muchos niveles, pues permite conocer y explorar la realidad social en la que viven ciertos sectores de la población, identificando los factores presentes en ella, que pueden ocasionar la génesis de problemas sociales y de seguridad pública. La delincuencia juvenil, las bandas y el pandillerismo, no son fenómenos nuevos, sin embargo, la complejidad de su estudio va más allá de la identificación de los factores involucrados en su dinámica y las características particulares de los jóvenes involucrados en ellos.



Al identificar los compontes y el perfil del delincuente juvenil, podemos comprender  mejor la necesidad de agrupación que presenta, ya sea por la etapa de desarrollo o por otros factores de riesgo presentes en su contexto. Lo cual resulta importante al momento de describir a la banda juvenil (delictiva o no delictiva) y/o pandilla a la que puede llegar a unirse. Otro aspecto importante es la diferenciación entre la banda y la pandilla, que si bien tienen muchos aspectos en común (como el territorio, la estructura y las zonas donde se desenvuelven), están diferenciados por características muy claras como son la tipificación legal y las actividades delictivas, así como el grado y frecuencia de las mismas.

Resulta importante destacar que el hecho de que un joven forma parte de la una banda o pandilla, no es necesariamente el predictor de su conducta delictiva adulta, pues algunos autores señalan que muchos de los jóvenes que forman parte de las bandas o pandillas, se alejan de ellas a medida que van creciendo y pueden ser capaces de adaptarse a las normas sociales, que como adolescente rechazaba. Uno de los peligros más importantes asociados a la edad de los miembros de la padilla, es la prevalencia de hombres o mujeres adultos que comienza a dirigir a jóvenes con estructuras familiares y sociales pobres, convirtiéndolos en una población vulnerable a ser manipulada.

Los programas de intervención diseñados por el gobierno o particulares, deberá considerar el origen multifactorial de este fenómeno social, como es la condición economía, las oportunidades de escuela y trabajo, las condiciones de rezago, la violencia interfamiliar, los aspectos psicológicos del adolescente y los individuales, las adicciones y las falta de espacios institucionales y físicos, que fomenten actitudes, creencias y valores en la población vulnerable, que se encuentra en peligro de unirse a una pandilla por su propia voluntad o en contra de la misma.

Referencias


ResearchBlogging.org Jiménez Ornelas, R. (2005). La delincuencia juvenil: fenómeno de la sociedad actual Papeles de Población, 11 (43), 215-261

Mateo, C., & González, C (1998). Bandas juveniles: violencia y moda Revista Venezolana de Análisis de Coyuntura, 4 (1), 229-247

Mejía Navarrete, J. (2001). Factores sociales que explican el pandillerismo juvenil Sociología, 9, 129-148

Alcántara Nogal, E. (2001). Menores con Conducta Antisocial. México: Porrúa. 2014código penal federal .http://info4.juridicas.unam.mx/ijure/tcfed/8.htm?s

Barraza Pérez, R. (2008). Delincuencia juvenil y pandillerismo. México: Porrúa.

Feixa Pàmpols, C. (2012). De jóvenes, bandas y tribus. (5a ed.). España: Planeta

Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. (2002). Adolescencia una etapa fundamental. UNICEF. Recuperado de: http://www.unicef.org/spanish/publications/files/pub_adolescence_sp.pdf

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México. Código Penal Federal. H. Congreso de la Unión, Cámara de Diputados. 14 de Julio de 2014. Recuperado de: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/9_140714.pdf

Perea Restrepo, C. (2007). Con el diablo dentro. Pandillas, tiempo paralelo y poder. México: Siglo XXI

Rodríguez Manzanera, L. (2004). Criminalidad de Menores. México: Porrúa.

Rodríguez Bolaños, J y Sanabria Leon, J. (2007). Maras y Pandillas, Comunidad y Policía en Centroamérica. Costa Rica: Demoscopia.

Rodríguez Manzanera, L. (2004). Penología. México: Porrúa.

sábado, 21 de febrero de 2015
Por Unknown

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