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Mr. Trump Usted Está Equivocado: Los Efectos De La Inmigración En La Delincuencia



Hace unas semanas estaba trabajando en una base de datos para predecir reincidencia delictiva mediante modelos de regresión de Cox. Entre las variables que me pidieron incluir se encontraba la Nacionalidad. Definamos en el caso del análisis a la nacionalidad como una variable que solo puede tomar dos valores: Nacional o Extranjero. Resulta pues, que en mi precipitado planteamiento de hipótesis asumí que ser extranjero era un factor de riesgo que pudiese incrementar la probabilidad de que un agresor reincida. Me basaba en el supuesto de que la migración aumenta la delincuencia. Pues bien, estaba totalmente equivocado. La inmigración no solo es un factor de protección, sino que disminuye hasta en un 32% la probabilidad de que el agresor reincida (al menos en mi base de datos). Estos resultados que van contra nuestra intuición no hicieron más que darme curiosidad del porqué se obtuvieron dichos resultados. Así que me di a la tarea de revisar la literatura al respecto. Y sorprendentemente, existe una vasta literatura que relaciona la inmigración con la delincuencia; toda ella muy coherente y consistente.

Y es que verán, los resultados que obtuve no fueron extraños, sino realmente es lo que se debió haber esperado en un principio. Así es. Contrario a la creencia popular, la inmigración no aumenta la delincuencia, sino al contrario, se ha visto que altas tasas de inmigración disminuyen la violencia y delincuencia. Así es estimados lectores, Donald Trump no solo dice tonterías, sino que son tonterías que no se basan en hechos verdaderos y científicamente comprobados. De hecho, en un interesante capítulo publicado en el libro “The Oxford Handbook of Ethnicity, Crime, and Migration”, Martínez y Mehlman-Orozco (2013) hacen una invaluable revisión de artículos que han concluido que la llegada de latinos (especialmente mexicanos) a los Estados Unidos durante la década de los 90 no solo ayudo a la economía americana, sino que además está asociada con la caída de índices de criminalidad en ciudades como California, Miami o Chicago. O bien, los estudios que no sostienen esta hipótesis, simplemente han concluido que no existe relación entre la inmigración de latinos y la delincuencia. Es decir, existen pocas o nulas pruebas de que los mexicanos y latinos hayan aumentado la delincuencia en EUA, al contrario, la migración de nuestros paisanos disminuyó las tasas delictivas.

Incluso estos resultados son tan consistentes, que se ha concluido lo mismo a través de diferentes metodologías, desde estudios con encuestas hasta utilizando series temporales, pasando por sofisticados modelos de regresión para controlar otras variables que pudieran influir. Incluso, se ha visto que las tasas de delincuencia en ciudades con altas concentraciones de migrantes, son estadísticamente menores comparadas con ciudades con pocos migrantes. Y el efecto va desde delitos como robo, hasta los homicidios. Este fenómeno además no solo se ha visto en ciudades de los Estados Unidos, sino que también en otros países desarrollados como Canadá o en Europa.



Pero resulta que este fenómeno también cambia a lo largo de las generaciones. En otro capítulo del mismo libro, Berardi y Bucerius (2013) señalan un efecto generacional. Resulta pues, que indudablemente se ha visto que la inmigración no solo reduce las tasas de delincuencia, sino que los inmigrantes también tienen menores antecedentes delictivos que los nativos. Sin embargo, esto solo sucede con lo que llaman los autores “migrantes de primera generación”, es decir, aquellos que son los primeros de la familia en llegar a un nuevo país. Por el contrario, los “inmigrantes de segunda generación” o bien, los hijos de los migrantes de primera generación que nacieron en el país al que sus padres migraron, presentan tasas de delincuencia muy similares a los de las personas nativas del país. Aunque técnicamente, a pesar de ser hijos de migrantes, al haber nacido en el país migrado ahora los hijos no son extranjeros, sino nativos. Pero bueno, es interesante la distinción que señalan estas investigaciones del efecto generacional.

Para concluir, tomen en cuenta los siguiente: 1) la creencia de que la migración aumenta los niveles delictivos simplemente está asociado a nuestros prejuicios y discriminación que lamentablemente tenemos hacia los extranjeros, la ciencia de hecho ha demostrado el efecto contrario: la migración disminuye las tasas delictivas; 2) llama la atención que los hijos de migrantes tengan tasas delictivas similares a las de los nativos, lo que señala como una de las posibles causas de la delincuencia el contexto sociocultural de país y no por un efecto cultural asociado a costumbres extranjeras. Y 3) Si tienen dinero, creo que sería un buen detalle enviarle ese libro al señor Trump. Quizás la ciencia pueda ayudarle a ser una mejor persona. Ahora que si no lo quieren regalar, pueden quedárselo, es un libro altamente recomendable si les gusta el tema de la delincuencia y su asociación con la raza y la migración.

Referencias


ResearchBlogging.org Martinez, R., & Mehlman-Orozco, K. (2013). Latino/Hispanic Immigration and Crime. Oxford Handbooks Online DOI: 10.1093/oxfordhb/9780199859016.013.016

Berardi, L., & Bucerius, S. (2013). Immigrants and Their Children: Evidence on Generational Differences in Crime. Oxford Handbooks Online. : 10.1093/oxfordhb/9780199859016.013.011



sábado, 25 de julio de 2015
Por Julio Vega

Trastorno de Estrés Postraumático en Niños, Niñas y Adolescentes

  
En la entrada de hoy, expondré algunas ideas y datos sobre uno de los Trastornos que se presentan con mayor frecuencia en personas que han sido víctimas de un evento traumático, enfocándome en la población constituida por niños, niñas y adolescentes. Antes de comenzar, considero pertinente  hacernos algunas preguntas: ¿Puede un niño recordar eventos traumáticos? ¿Pueden tener secuelas de dichos eventos? ¿Podemos esperar los mismos comportamientos de un adulto en un niño que se sospecha tiene estrés postraumático? 

Las respuesta a las dos primeras preguntas es SI,  es posible que un niño que ha estado expuesto a un evento traumático (comisión de un delito, ser víctima de agresión, etc), presente secuelas relacionadas con el mismo, pues al igual que los adultos los eventos impactantes provocan alteraciones en sus condiciones de vida y estabilidad psíquica. Ahora bien, no por eso quiere decir que los síntomas serán igual que en un adulto, pues al encontrarse en una etapa de desarrollo diferente, los niños, niñas y adolescentes presentan rasgos particulares en los síntomas que pueden sugerir un trauma. 

El estudio del trauma psíquico se ha estudiado desde Freud hasta nuestra época, sin embargo su presencia en los manuales diagnósticos de enfermedades mentales no es tan antiguo. En el DSM-I existía la categoría de reacción general al estrés, que constituía una reacción a los combates o catástrofes civiles, las que podrían progresar a una reacción neurótica si éste persistiera. En el DSM-II se minimizan las reacciones traumáticas reduciéndolas a una reacción transitoria, lo que pronto fue considerado como insuficiente (Montt y Hermosilla, 2001).

Es hasta el DSM-III en 1980, que fue acuñado oficialmente el “Trastorno de Estrés-postraumático”, colocándolo dentro de los trastornos de ansiedad (Secretaría de Salud, 2011) y posteriormente en el DSM III-R, se sugirió que para diagnosticar este trastorno debía existir un estresor severo y que estuviera fuera del rango de la experiencia humana usual. En el DSM IV TR, no hubo gran variación en cuanto a lo establecido en la versión anterior (Montt y Hermosilla, 2001). Actualmente, el trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) en la quinta edición del DSM, se ha contemplado una nueva categoría denominada: “Trastornos Relacionados con Traumas y Factores de Estrés”, en la que se incluye el TEPT como parte de sus categorías (Asociación Americana de Psiquiatría, 2013). 
Pero ¿Qué provoca el desarrollo de este trastorno? ¿Quiénes pueden ser más propenso al padecimiento?

Los teóricos han señalado que una experiencia que provoque un trauma psíquico y que genere un trastorno puede ser de gran escala, tales como desastres, guerras, terrorismo o, pueden situaciones  particulares de una comunidad o  vecindario, tales como el crimen, la violencia en la escuela y los accidentes de tránsito. Dentro del hogar también existen peligros: violencia doméstica y maltrato y abuso infantil. Así las experiencias traumáticas pueden caber dentro de varias categorías (National Child Traumatic Stress, 2004). 

Se estima que de un 50 a 90% de la población general ha estado expuesta a eventos traumáticos alguna vez en su vida. No obstante la mayoría  de los sujetos expuestos no desarrollaron TEP. A nivel mundial se estima que la prevalencia de este trastorno es del 8%, siendo mayor en sujetos expuestos a violencia sexual o a eventos relacionados con desastres naturales y es mayor en mujeres que en hombres (Usarno, Bell,  Eth, Friedman,Norwood, Pfefferbaum, Pynoos, Zatzick y  Benedek, 2010). En México los resultados de la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica reportan una prevalencia de 1.4% con la mayoría en mujeres. Por su parte, la Encuesta de Salud Mental Adolescente, estima una prevalencia mayor en la población de mujeres de 12 a 17 años (Benjet., Borger, Medina-Mora, Méndez, Fleiz, Rojas, y Cruz, 2009)


TEPT en niños, niñas y adolescentes 

Retomando el caso de los niños, niñas y adolescentes, de acuerdo a los últimos estudios, se revela  que las experiencias traumáticas afectan el cerebro, la mente y el comportamiento incluso de infantes muy pequeños ocasionándoles  reacciones similares a las que se manifiestan tanto en niños mayores como en adultos.(National Child Traumatic Stress, 2004). Por lo que las investigaciones realizadas sobre TEPT en niños han proliferado durante la última década, tanto por el desarrollo de técnicas que facilitan el diagnóstico, como por la progresiva exposición de niños a situaciones traumáticas tales como la criminalidad, la violencia doméstica y social (Montt y Hermosilla, 2001).

Se ha encontrado que las reacciones de los niños y de los adolescentes al estrés postraumático pueden caer en una escala entre leve y grave, pueden durar por pocos o por muchos años, y mejorarse de vez en cuando, pero sólo para empeorar en distintas ocasiones. Para entender estas diferencias hay que partir de la gravedad de la experiencia que tuvo el niño (National Child Traumatic Stress, 2004). 

Es posible que sientan “miedos recurrentes” y que el resultado sea que evadan  participar en actividades  que solían disfrutar. Especialmente los niños de edad escolar podrían pasar de un comportamiento tímido o retraído a una conducta inusualmente agresiva. Algunos niños se mueven intranquilos aunque estén dormidos y hablan en sueños; por lo tanto se despiertan cansados. El no poder descansar aunque duerman, puede interferir con su capacidad de concentración durante el día y hacer que no puedan prestar atención. Puede hacérseles difícil estudiar, porque están siempre en alerta, en espera de que algo suceda a su alrededor. (National Child Traumatic Stress, 2004). 

En relación a los síntomas que debe presentar una persona para cubrir los criterios diagnósticos, se encontró que los niños los presentan, con ligeras variaciones, estas son (Montt y Hermosilla, 2001):

  • Reexperimentación. En los niños se expresa en recuerdos recurrentes e intensos, los que suelen ser una imagen asociada a un escaso vocabulario, juegos repetitivos y la repetición del acontecimiento traumática como si el niño, niña o adolescente estuviera actuándola. Son frecuentes las pesadillas en las que se repite el recuerdo o aspectos encubiertos de éste, tales como la muerte, monstruos y catástrofes. Además, los niños pueden presentar estados disociativos en los que repiten el suceso a través de ensoñaciones diurnas y conductas repetitivas iguales o semejantes a aspectos de la situación traumática. No hay flash-back, presentan una intensificación de la sintomatología e hipersensibilidad frente a estímulos del medio que se asocia o simboliza el trauma. La reexperimentación puede desarrollarse después de un período de latencia de meses o años.
  • Evitación. Los esfuerzos del niño por evitar los pensamientos y sentimientos relacionados con el evento traumático tienden a manifestarse a través de la pérdida de habilidades recientemente adquiridas, regresiones, temor a la oscuridad, evitar conversar del suceso, eludir actividades en que aflore el recuerdo y una amnesia parcial o total, con alteraciones en la memorización y secuencia de los hechos.
  • Embotamiento afectivo o anestesia emocional. Se presenta como una disminución en los intereses, inhibición conductual, aislamiento, disminución de la capacidad para sentir emociones, y, especialmente, las asociadas a la intimidad o afectos positivos, así como sensación de un futuro desolador.
  • Hiper arousal. Se manifiestan en dificultades para conciliar el sueño y mantenerlo, hipervigilancia, facilitación de la respuesta de sobresalto, irritabilidad, dificultades de concentración o para terminar una tarea.
  • Manejo de la agresividad. En los casos más leves se observa mayor irritabilidad o temor a perder el control y, en los más graves, explosiones impredecibles o incapacidad para expresar sentimientos de rabia.

Como se ha señalado,  el TEPT puede ser diagnosticado en niños, en el DSM-V se señala que debe tenerse especial cuidado con los niños menores de seis años, mayores de seis años hasta la adolescencia y los adultos mayores, lo que concuerda con lo expresado anteriormente, pues en estas categorías de edad, los síntomas pueden ser confundidos con trastornos de ansiedad o puede cometerse el error de no explorarlos. Debe tenerse en cuenta que para realizar una valoración para este trastorno, es importante contemplar el tipo de evento que ocasionó el trauma, exposición al estímulo, la temporalidad, la gravedad de los síntomas y las afectaciones que ha tenido en el menor de edad afectado. De igual forma, es importante que el psicólogo o psiquiatra que valore al niño, niña o adolescente, tome en cuenta el curso de los síntomas, puede que estos aparezcan incluso seis meses o años después del incidente (Montt y Hermosilla, 2001; National Child Traumatic Stress, 2004; Secretaría de Salud, 2011). 

Lo anterior desmiente la creencia de que un niño, niñas o adolescente, “olvida”, “supera” o “no se ve afectado” por los eventos de su entorno que puede ser traumáticos. Nuestro deber como sociedad es apostar por medidas que eviten que esta población vulnerable, se vea expuesta a eventos que puedan dejar secuelas y traumas  que los acompañen en su desarrollo, sobre todo, cuando las condiciones que ocasionan el trauma, pueden ser prevenidas y evitadas. 

Referencias


ResearchBlogging.org
Asociación Americana de Psiquiatría (2013). Guía de consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-5. Estados Unidos: Arlington.

Benjet, C., Borger, G., Medina-Mora, ME., Méndez, E., Fleiz, C., Rojas, E. y Cruz, C. (2009). Diferencias de sexo en la prevalencia y severidad de trastornos psiquiátricos en adolescentes de la ciudad de México Salud Mental, 32 (2), 155-163.


Montt, M. y Hermosilla, W. (2001). Trastorno de Estrés Postraumático en Niños Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría, 39 (2), 110-120.

National Child Traumatic Stress. (2004). Entendamos el estrés traumático infantil. Estados Unidos: National Center for Child Traumatic Stress. 

Secretaría de Salud. (2011). Diagnóstico y manejo del estrés postraumático. México. Recuperado de: www.cenetec.salud.gob.mx/interior/gpc.html.

Usarno, R.J., Bell, C., Eth, S., Friedman, M.,Norwood, A., Pfefferbaum, B., Pynoos, R., Zatzick, D. y Benedek, D. (2010). Practice Guideline for the treatment of patients with acute stress disorder and posttraumatic stress disorder. Estados Unidos: American Psychiatric Association.

Prevención de la violencia en ámbitos escolares: directrices en Latinoamérica

Los adolescentes, hombres y mujeres, forman parte de la población, probablemente, más afectada por la violencia, tanto como víctima (abuso físico, sexual, verbal y psicológico, abandono y negligencia) o como agresores, incluidos a quienes participan en el crimen organizado y narcotráfico. 

En las últimas décadas, en América Latina, el tema de los niños, niñas y adolescentes que están involucrados con la violencia y la delincuencia, ha adquirido creciente relevancia en el debate público, en las agendas de los gobiernos y en los foros y las conferencias internacionales (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], 2009).  Se dice que a partir de la inclusión de los niños, niñas y adolescentes dentro de las políticas públicas de las naciones, ha sido un tema prioritario; sin embargo, considero que como la mayoría de las cosas, ha sido en respuesta a la presión de organismos internacionales de Derechos Humanos (al menos a México), que ha llevado a realizar ajustes legislativos y en política publica para “cumplir un requisito”

Por ejemplo, en México, los niños, niñas y adolescentes han visto mermado su desarrollo por múltiples factores. En nuestro país, la pobreza es uno de ellos, que si bien no es un factor determinante, si es uno relacionado con la delincuencia juvenil. La población infantil y adolescente , experimenta la pobreza en una proporción mayor que la población en general y que la población adulta. En el 2012, el 53.8 % de la población de 0 a 17 años se encontraba en situación de pobreza en México, es decir, 21.2 millones de menores de edad presentaban carencias en el ejercicio de al menos, uno de sus derechos sociales y vivían en hogares sin acceso a los recursos monetarios suficientes para adquirir los bienes y servicios requeridos por todos sus integrantes. A su vez, el 12.1 % de las niñas, niños y adolescentes se encontraban en situación de pobreza extrema ese año, lo que implica que 4.7 millones de ellos tenían carencias en el ejercicio de tres o más de sus derechos sociales y formaban parte de hogares con un ingreso insuficiente para satisfacer sus necesidades alimentarias (CONEVAL y UNICEF, 2013).

Con respecto a las estrategias que se implementan para la disminución de la violencia juvenil, se han realizado esfuerzos que son escasamente conocidos y dentro de ellos, pocos cuentan con un abordaje bien definido, que incluya, el registro adecuado de evidencias para definir cuáles son las estrategias que han logrado un impacto positivos en la prevención de la violencia que afecta a niños y adolescentes. 

El texto que les comparto hoy, fue elaborado por la Organización Panamericana de la Salud (2006)  y aborda el tema de la violencia en la  que participan niños, niñas y adolescentes, ya sea como víctimas o agresores, específicamente la que se desarrolla en el ámbito escolar. El documento brinda un recorrido desde la conceptualización de la adolescencia, el ámbito escolar y el objetivo de la prevención, el riesgo y la violencia. 

Hace una semblanza sobre el panorama latinoamericano para avanzar en el conocimiento de enfoques y experiencias, con la finalidad de aportar insumos a la discusión y elaboración de programas de intervención desde los ámbitos escolares. 

Esta información es útil desde el planteamiento de un marco conceptual y teórico amplio de la violencia en las escuelas y  de los adolescentes como víctimas y participantes del fenómeno. Considera enmarcar la prevención desde su evolución histórica para que sean entendidas las acciones aplicadas antes y ahora, como una forma de visibilizar la problemática de la violencia en las escuelas. Enriquece el hecho de que plantea ejemplos de cómo ha sido abordado el problema en diferentes países, y como en ellos han adecuado sus estrategias de acuerdo a sus necesidades y su forma de entender la problemática. 


Enfatizan la importancia de  realizar una correcta evaluación a los programas, colocando ejemplos de ello además de las evidencias que lo respaldan. Por último, plantea una serie de recomendaciones basadas en lo expuesto en el texto y en la evidencia de proyectos exitosos en el tema. Propone emprender cambios en el sistema educativo, en el fomento a la investigación, en la utilización de enfoques claros para abordar el problema, a los actores que participan en él, las diferentes estrategias desde las cuales se puede abordar el tema y trabajar en la creación de evidencias científicas de eficacia.

Los puntos que considero más importantes del texto son los siguientes:


Conclusiones 

Las investigaciones sobre violencia en las escuelas ponen de manifiesto 4 elementos importantes: a) las manifestaciones de la violencia en las escuelas tienen relación con dinámicas profundas de la comunidad social a la que pertenecen, b) los episodios de violencia en las escuelas no deben considerarse como eventos aislados o accidentales, c) las diversas manifestaciones de violencia en el contexto educativo ocurren con mucha frecuencia y d) la relación entre agresores y victimas es habitualmente muy extensa en el tiempo y muy estrecha en el espacio.

La violencia estructural es aquella que subyace en las instituciones culturales, económicas y sociales. Se expresa en la discriminación de sectores de la sociedad por edad, género, nivel socioeconómico, etnias, etc y facilita la existencia del autoritarismo, el terror, los abusos físicos y sexuales, la orfandad, etc. Este tipo de violencia también está inmersa en muchos casos donde se da la violencia escolar y podría ser analizada para observar su influencia en el fenómeno.

Un mismo factor puede considerar de riesgo o de protección en la medida que el adolescente haya desarrollado actitudes y destrezas de enfrentamiento. Así, habría que hacer la diferencia entre conductas de riesgo y conductas riesgosas. Las primeras comprometen aspectos del desarrollo psicosocial o de la supervivencia de personas jóvenes, que incluso pueden buscar el peligro en sí mismas. Las segundas son propias de los jóvenes que asumen cuotas de riesgo por las conductas que realizan, son conscientes de ellas y se pueden ver como parte del proceso de toma de decisiones en las condiciones que les ofrece la sociedad.  

También es importante considerar establecer puntos de partida y brindar información a quienes quieran investigar o intervenir en el tema, dejando evidencia de las estrategias que funcionan en el campo de la violencia en el ámbito escolar. Es necesario registrar y compartir las experiencias para no repetir los errores del pasado y acrecentar el conocimiento en el tema. 


Referencias

Krauskopf, D. (2006). Estado de arte de los programas de prevención de la violencia en ámbitos escolares. Organización Panamericana de la Salud: Washington. 

Comisión Económica para América Latina y el Caribe (2009). Capítulo IV. Violencia juvenil y familiar en América Latina: agenda social y enfoques desde la inclusión. Panorama Social de América Latina. 171-207. 

Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social [CONEVAL] y UNICEF, (2013). Pobreza y derechos sociales de niños, niñas y adolescentes en México, 2010. Reporte Ejecutivo.

Conductas Violentas y el Trastorno de Personalidad Narcisista con Rasgos Paranoides

El estudio de la violencia y la delincuencia ha sido abordado desde diversos enfoques, algunos de ellos, se enfocan en saber si existe una relación o no entre los factores de personalidad y las conductas violentas, incluyendo el delito, por lo que  diversos investigares se han centrado en tratar de identificar la relación entre estas variables.

Lo que se ha demostrado hasta el momento, es que  las personas con trastornos de personalidad no son necesariamente violentas (Bartol, 1991; Hollin, 1999 en Ortiz-Tallo, Fierro, Blanca, Cardenal y Sánchez, 2006).  Entonces ¿Cómo se relacionan los trastornos de personalidad con los hechos violentos? Para contestar la pregunta, es necesario que  los psicólogo encargados de evaluar a presuntos responsables de hechos violentos ( o delitos) contemplen y rastreen indicadores que permitan descartar o diagnosticar algún trastorno de personalidad, pues dichas características, servirán para comprender mejor las conductas violentas que pudo haber realizado la persona.. En este sentido cobra mayor importancia esta evaluación al centrarnos en un contexto s jurídico o forense, ya que es importante desmitificar el hecho de que, si un presunto responsable tiene un trastorno de personalidad, es casi seguro que haya sido él responsable del hecho delictivo. 

Con el objetivo de analizar el mito antes mencionado, en esta entrada, describiré las características del  Trastorno de Personalidad Narcisista con rasgos paranoides, haciendo hincapié en los componentes del trastorno que pueden relacionarse con conductas violentas, para ejemplificar que existen factores que pueden aumentar la probabilidad de que una persona con dicho trastorno pueda cometer actos violentos, pero lo anterior, no es necesariamente una regla.


Descripción del trastorno

La personalidad narcisista ha sido estudiada desde hace mucho desde diferentes enfoques. Sin embargo, el Trastorno de Personalidad Narcisista (TPN) fue introducido por Kohut en 1968 y desarrollado por Kernberg en 1975, siendo estos dos autores los que estudiaron a fondo la patología narcisista. Según sus investigaciones, los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad se caracterizan por una excesiva absorción en sí mismos, ambición intensa, fantasías de grandiosidad, necesidad de ser admirados por sus cualidades y falta de empatía. Son sujetos que presentan sentimientos crónicos de aburrimiento, vacío e incertidumbre acerca de su identidad y en su relación con los demás se caracterizan por la explotación de los otros y sentimientos de envidia, defendiéndose contra tal envidia, mediante la devaluación, la omnipotencia y el control de los demás (Trechera, Millán Vásquez de la Torre y Fernández Morales, 2008).

Sus estudios y el interés de los psicólogos y psiquiatras por este trastorno, hacen que en 1980 la Asociación Americana de Psiquiatría, la incluya en su clasificación de enfermedades mentales. Así, aparece el trastorno narcisista de la personalidad como trastorno específico en el DSM-III (1980), el DSM-III-R (1987) y el DSM-IV (1994), incorporado al eje II en donde se describen los diversos trastornos de la personalidad (Trechera, Millán Vásquez de la Torre y Fernández Morales, 2008).
Con la publicación del DSM-V, se emitieron los nuevos criterios que deben tomar en cuenta los psicólogos y psiquiatras al momento de realizar su diagnóstico. En esta nueva edición del manual, el TPN se encuentra agrupado dentro de los Grupo B de los trastornos de personalidad, junto con la personalidad límite, antisocial e histriónica. El manual contempla que este trastorno se caracteriza por un patrón dominante de grandeza (en la fantasía o en el comportamiento), necesidad de admiración y falta de empatía, que comienza en las primeras etapas de la vida adulta y se presenta en diversos contextos, y que se manifiesta por cinco (o más) de los siguientes criterios (Asociación Americana de Psiquiatría, 2013):

1. Tiene sentimientos de grandeza y prepotencia (p. ej., exagera sus logros y talentos, espera ser reconocido como superior sin contar con los correspondientes éxitos).

2. Está absorto en fantasías de éxito, poder, brillantez, belleza o amor ideal ilimitado.

3. Cree que es “especial” y único, y que sólo  puede relacionarse con otras personas (o instituciones) especiales o de alto estatus.

4. Tiene una necesidad excesiva de admiración.

5. Muestra un sentimiento de privilegio (es decir, expectativas no razonables de tratamiento especialmente favorable o de cumplimiento automático de sus expectativas).

6. Explota las relaciones interpersonales (es decir, se aprovecha de los demás para sus propios fines).

7. Carece de empatía: no está dispuesto a reconocer o a identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.

8. Con frecuencia envidia a los demás o cree que éstos sienten envidia de él.

9. Muestra comportamientos o actitudes arrogantes, de superioridad.

Según las investigaciones realizadas en torno a este trastorno, Kernber (2010) distingue tres niveles de gravedad:  

Nivel leve: estarían aquellos pacientes cuyos síntomas les permiten ser funcionales, presentando solamente problemas frente a las relaciones duraderas, ya sean profesionales o personales.

Nivel moderado: encuentran los casos cuyos síntomas son los clásicos del síndrome narcisista con las manifestaciones clínicas señaladas en el DSM-V. Pueden llegar a ser funcionales, pero sus síntomas complican su interacción y sus relaciones interpersonales. 

Nivel grave: son los pacientes que presentan síntomas próximos a personas con un funcionamiento límite. Además de las manifestaciones típicas del trastorno narcisista presentan falta de tolerancia a la ansiedad, falta de control de impulsos, déficit en sus capacidades sublimatorias, son personas con fracasos en su profesión y en el trabajo, así como en las relaciones de pareja duraderas. 

Ahora bien, la presencia de rasgos paranoides en una persona con TPN puede considerarse esperado, pues se ha demostrado que es posible la presencia de pensamientos y conductas que cumplan ambos criterios, sin embargo, al momento de diagnosticar, se debe tomar en cuenta aquellas pautas de personalidad que dominen en el individuo y que presenten una mayor prevalencia, intensidad, temporalidad y grado de afectación (Kernber, 2010). 

¿Cuándo se dice que una personalidad tiene ciertos rasgos? Esto pasa cuando existen indicadores que sugieren la presencia de un trastorno, sin embargo, no cumplen los criterios para tenerlo. Es decir, una persona con rasgos paranoides, puede presentar momentos aislados, detonados por eventos significativos, de desconfianza y suspicacia sobre las acciones de las personas que lo rodean, sin que tenga fundamentos; de igual forma presenta dudas injustificadas sobre la lealtad y confianza, de sus amigos y parejas, tendiendo a malinterpretar comentarios o acciones sin malicia que puede interpretar como ataques o envidia hacia su personal (Asociación Americana de Psiquiatría, 2013). 

En cuanto a las expresiones de violencia asociado al TPN  y a los rasgos de personalidad paranoide, se sostiene que las personas con estos tipos de trastornos tienden a presentar ataques de ira intensa, asociada a sospechas o a la intolerancia a la frustración y el enfado intenso por recibir un trato diferente al esperado. Desde el punto de vista dimensional, los rasgos de la personalidad que más tienden a la violencia son la impulsividad, la regulación afectiva deficiente, el narcisismo y el paranoidismo. 

Tomando en cuenta que las personas con personalidad narcisistas tienen una necesidad de admiración, son arrogantes y sensibles hacia cualquier tipo de rechazo o desprecio y que son incapaces de reconocer los sentimientos ajenos, puede provocar que su soberbia, y su desmedido afán de notoriedad, provoquen reacciones violentas en respuesta a una herida en su ego, que habitualmente anteponen a las necesidades y derechos de los demás.  Las víctimas de los actos violentos de estas personas suelen ser conocidas, pues distintas facetas del narcisismo, como el autoritarismo y la explotación de los otros, están fuertemente relacionadas con la agresión. De igual forma, el TPN puede estar presente en los agresores en  distintos tipos de violencia de pareja y en ellos, está asociada a características paranoides (Stone, 2005; Russ, Shedler, Bradley y Westen, 2008; Logan, 2009).

En el caso de personas con rasgos de personalidad paranoide, por lo general suelen atribuir a los demás actitudes o intenciones hostiles, son desconfiados y suspicaces, hipersensibles a desprecios, con tendencia a atribuir intenciones aviesas, no olvidan un insulto y siempre están listos para la ira y el contraataque Se trata habitualmente de varones de 40-50 años, que se muestran conductas violentos contra personas conocidas de las que sospechan o por las que se sienten traicionados o cuyas acciones interpreta como un ataque. Su motivación puede estar fundamentalmente mediada por la venganza, el rencor, los sentimientos de humillación, la vergüenza o los celos. Las conducta violenta cometida habitualmente de forma solitaria y se justifican como acciones ineludible, en cumplimiento de un deber, y, por ello, ausencia de arrepentimiento, sin intentar huir. Por lo general  ocurren tras provocaciones mínimas (desaires reales o imaginarios) (Stone, 2005;  González-Guerrero, 2007; Novaco, 2010).

Discusión 

En este punto, cabe la pregunta ¿Son las personas con trastornos de personalidad más violentas que las que no tiene uno? Con base a lo expuesto anteriormente, puede decirse que la combinación de un TPN y de rasgos paranoides, podría incrementar el riesgo de conductas violentas (Nestor, 2002). Sin embargo, no todas las personas con trastornos de personalidad son violentas, aunque existe un mayor porcentaje de probabilidad que puedan cometer actos violentos en comparación con una persona que no tiene trastornos (Esbec y Echeburúa, 2010).  

En un estudio realizado en 2006, se encontró, que aun más importante que los trastornos de personalidad, las personas que tenían conductas antisociales, descontroladas y, con menor grado de flexibilidad ante situaciones cotidianas tienen más riesgo de cometer actos violentos, pero las circunstancias impredecibles y amenazantes, pueden hacer que incluso otras personas con patrones habituales de comportamiento considerados más flexibles y de mayor normalidad reaccionen de manera agresiva y violenta, además de que la presencia o consumo de drogas y el alcohol son factores predisponentes y desencadenantes para llevar a cabo los delitos (Ortiz-Tallo, Fierro, Blanca, Cardenal y Sánchez, 2006). 

Es por eso que al momento de evaluar a un presunto responsable, los psicólogos forenses y jurídicos deben tener claro que tipo de indicadores les ayudarán a entender mejor al evaluado y al delito que presuntamente cometió, pues es muy importante que las pruebas otorgadas en la pericial psicológica pueda brindar toda la información posible para que el juez y los abogados, comprendan que no por tener un trastorno de personalidad una persona es necesariamente culpable, pues deben contemplarse el contexto en el que se cometió el delito y otros factores que pudieran haberlo motivado.

 


Referencias 


ResearchBlogging.orgAsociación Americana de Psiquiatría (2013). Guía de consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-5. Arlington: Estados Unidos.

Esbec, E. y Echeburúa, E. (2010). Violencia y trastornos de la personalidad: implicaciones clínicas y forenses. Actas Esp Psiquiatr, 38 (5), 249-261

González-Guerrero, L. (2007). Características descriptivas de los delitos cometidos por sujetos con TP: motivaciones subyacentes, “modus operandi” y relaciones víctima-victimario Psicopat Clinic Leg Foren., 7, 19-39

Kernberg, O. (2010). Narcisistic Personality Disorder”. En Clarkin, J, Fonagy P y Gabbard, G. (2010). Psychodynamic Psychotherapy for Personality Disorders. A clinical handbook. 257-287. Arlington. American Psychiatric Publishing, Inc: Estados Unidos.

Logan, C. (2009). Narcissism. En M,McMurran y R. Howard (Eds.). (2009). Personality, personality disorder, and violence: An evidence based approach. 85-112. Wiley-Blackwell Publishing; Reino Unido

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Ortiz-Tallo, M., Fierro, A., Blanca, M., Cardenal, V. y Sánchez, L. (2006). Factores de personalidad y delitos violentos Psicothema. , 18 (3), 459-464

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