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¿Cómo evaluar el bullying y qué hace efectivo un programa de intervención?

¿Cómo evaluar el bullying y qué hace efectivo un programa de intervención?


Hace unas semanas, en una clase con alumnos de bachillerato discutíamos los temas y el tipo de trabajo que querían realizar como proyecto de evaluación final de la asignatura. Entre las propuestas, una alumna comentó que había observado en clases anteriores que uno de sus compañeros era víctima de acoso escolar, por lo que había solicitado a la escuela autorización para dar una plática sobre el tema; tenía apoyo de la psicóloga y estaba preparando algunas actividades adicionales. Así, el grupo se involucró en esta campaña y realizaron acciones en función del tema. Para ello, fue necesario revisar la literatura para conocer qué estrategias eran las más adecuadas para tratar esta problemática. Una de las primeras limitantes que tuvimos, fue no encontrar estudios en relación a la intervención en el acoso escolar a nivel medio superior, por lo que la información con la que se trabajó (y aquí plasmada) está sustentada en estudios realizados en niveles educativos básicos.

Así, en esta entrada, quiero compartirles los apuntes que se generaron de este ejercicio en el que se identificaron los elementos y temas que han mostrado efectividad en la intervención dentro de los planteles educativos para reducir los niveles de acoso escolar. Adicionalmente, un colega ha colaborado en esta entrada, reseñándonos su trabajo de investigación en el tema de la evaluación del acoso escolar.

Consideraciones iniciales.

De acuerdo con Grosser, Rojas y Astorga (2015), el acoso escolar o bullying es una forma de violencia que ocurre entre pares en el ámbito educativo. Indica que una situación de violencia, puede identificarse como acoso escolar si cumple con las siguientes condiciones:

  1. Es intencional
  2. Hay una relación desigual o desequilibrio de poder.
  3. La situación es repetida y continua
  4. Se da en una relación entre pares (estudiantes)

Entre las características de este fenómeno, considera que:

  1. Se manifiesta en comportamientos abusivos
  2. La situación es presenciada por observadores o testigos
  3. La violencia puede ser de múltiples tipos: verbal, psicológico, físico, sexual, material o cibernética
  4. Afecta a toda la comunidad: deteriora la convivencia. Tiene consecuencias negativas en el bienestar y el desarrollo.


El acoso escolar y su evaluación.

Por  Julio Vega

Para prevenir adecuadamente el bullying sin duda primero hay que identificarlo. Una buena medición es el primer paso para una adecuada intervención (Crothers y Levinson, 2004). Por tanto, es importante hablar primero sobre cómo evaluamos el bullying.

Aunque existen muchas investigaciones sobre del acoso escolar, hablar de cómo podemos medirlo y evaluarlo es un tanto complicado. Al respecto, abordaré 4 cuestiones en particular: 1) la gran cantidad de instrumentos que existen; 2) no todos ellos evalúan el bullying a pesar de lo que dicen; 3) las características que debe tener un buen instrumento; y 4) los aspectos metodológicos que pueden afectar su medición.

Con respecto al primer punto, de forma internacional y regional, existen muchísimos instrumentos que abordan la temática. De forma regional, Vera Giraldo y su equipo (2017) realizaron una revisión de instrumentos en español para evaluar el bullying. De los 33 instrumentos que identificaron, únicamente 15 evalúan el concepto de acoso escolar y brindan datos de confiabilidad y validez acerca del instrumento. Sin embargo, estoy familiarizado con la mayoría de ellos, y salvo algunas excepciones (como el CIMEI) no todos los instrumentos evalúan todos los componentes del acoso escolar. Lo anterior no es extraño, de hecho, a nivel internacional, en 2014, Alana Vivolo-Kantor y su equipo de investigadores del CDC de E.U.A., realizaron un ejercicio similar (y mejor sistematizado) con instrumentos en inglés. De los 41 instrumentos identificados, realmente solo unos cuantos evaluaban todos los componentes del acoso escolar. Lo anterior, deja en evidencia dos cosas: primero, que existen una gran cantidad de instrumentos que evalúan el acoso, y que, a pesar de ello, no todos evalúan los tres componentes del bullying.

Con respecto a lo anterior, y abordando mi segundo punto, esto se debe a que muchos instrumentos olvidan incluir alguno de los tres componentes del acoso escolar: repetición, intención de causar daño, y la existencia de un desbalance de poder. Usualmente el último componente es el que no se aborda, y que según otros autores como Ybarra y sus colegas (2014), se considera fundamental para distinguir el concepto de bullying de otros conceptos similares como la victimización por pares y la violencia escolar.

Lo anterior entonces, nos lleva a considerar el tercer punto: ¿Qué características debe tener un buen instrumento para medir el bullying? Primero que nada, considerar la evaluación de los tres componentes, sin embargo, incluso dentro de los componentes hay que considerar parámetros para su evaluación. Por ejemplo, el desbalance puede ser evaluado como lo realiza el Swearer Bully Survey, que le pide al estudiante compararse con el agresor o víctima en diversas áreas. Otro punto es la intencionalidad de hacer daño, que debe quedar reflejada en la redacción, para descartar conductas como el juego agresivo (el cual no es considerado como bullying); tal como hace el Olweus Bully/Victim Questionnaire, al proveer una definición clara del concepto a los estudiantes. Finalmente, la cronicidad se evalua a partir de que las conductas de agresión sucedan igual o mayor a un punto de corte de 2 a 3 veces durante el mes pasado. Este criterio, ha sido respaldado por investigaciones empíricas (Solberg y Olweus, 2003), e instrumentos como los mencionados previamente, o el California Bully Victimization Scale (CBVS) y las Reynolds Bully-Victimization Scale for School (RBVS), que lo utilizan para el diagnóstico.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, también debe considerarse otra situación: existen cuestiones metodológicas que pueden afectar cómo los alumnos reportan el acoso. Por ejemplo, la utilización de definiciones o palabras sensibles (como bully) suelen tener un efecto al influir en un menor reporte de conductas de acoso escolar. Por tanto, instrumentos como el Olweus Bully/Victim o el Swearer Bully Survey, que utilizan una definición, pueden infraestimar el acoso. Por otro lado, instrumentos que operacionalizan los elementos, como el CBVS y la RBVS, suelen brindar prevalencias más realistas.
Además, resulta evidente que, en caso de identificación de acoso escolar, no basta con evaluar solo el acoso, sino también las consecuencias, por lo que instrumentos como el RBVS que incluye escalas de ansiedad y otros constructos relacionados son especialmente útiles, no solo porque evalúa los tres componentes, sino que además brinda medidas complementarias de sus efectos.


Características de programas efectivos.

Por Aaron Euan

Hablar de acoso escolar es complicado, en tanto que el término, así como el fenómeno, se ha convertido en usos del día a día. En mi práctica profesional, he visto cómo ha sido minimizada la importancia de intervenir adecuadamente para disminuirlo. Los proyectos que he tenido oportunidad de observar se reducen a brindar talleres en las escuelas, donde se les habla sobre qué es el bullying, cuáles son sus elementos y cuáles son sus consecuencias. Aunque es importante conocer estos elementos, la pregunta importante es: ¿esto es efectivo para disminuir los niveles de acoso escolar? ¿Realmente funciona lo que estamos haciendo?

Ttofi y Farrington (2010), se plantearon esta misma pregunta, por lo que realizaron un estudio muy detallado sobre la efectividad de los programas que buscan reducir el bullying en las escuelas. Para ello, realizaron una revisión sistemática y un meta-análisis con diversos reportes. En total, los autores incluyeron 89 reportes en sus análisis, en los cuales identificaron 53 programas diferentes que buscaban disminuir el acoso escolar. De estos 53 programas, 44 de ellos fueron incluidos en un metaanálisis. El diseño de los estudios revisado se agrupar en cuatro categorías: a) experimentos aleatorizados, b) diseños cuasiexeperimentales con evaluación del antes y el después, c) otras comparaciones de control experimental y d) diseños cuasiexperimentales de edad-cohorte (antes de la intervención se evalúan estudiantes de cierta edad y posterior a la intervención, se evalúan a otros estudiantes de la misma edad del primer grupo, de la misma escuela). La mayoría de los programas son de los Estados Unidos de América, aunque también se incluyeron programas de Finlandia, Inglaterra, Italia, Canadá, Australia, Alemania, Noruega y Los Países Bajos.

Con los análisis realizados se encontró que estos programas lograron disminuir los índices de la ejecución del acoso escolar (relacionado con los agresores) y la victimización.

Al respecto, es interesante notar que los programas con diseños de experimentos aleatorizados no mostraron una significancia en la disminución del acoso escolar relacionado con los agresores. Los otros tipos de diseño sí presentaron una disminución significativa en este sentido.

Por otro lado, en lo relacionado con la victimización, los experimentos aleatorizados sí mostraron una efectividad en la disminución del acoso escolar. Así también se mostró en los otros tipos de diseño.
Con respecto al bullying (agresores), las características y estrategias utilizados que mostraron una asociación significativa con la efectividad de los programas son los siguientes:

Estrategias:

  • Entrenamiento (o reuniones con) para padres
  • Implementación de supervisión en los pasillos.
  • Métodos claros de disciplina
  • Gestión en el aula
  • Entrenamiento para maestros
  • Reglas claras para las clases
  • Políticas anti-bullying en toda la escuela.
  • Conferencias escolares
  • Información para padres
  • Grupos de trabajo colaborativo.


Características:

  • Duración del programa para los alumnos: más de 270 días
  • Duración del programa para los maestros: más de 4 días
  • Intensidad del programa para los alumnos: más de 20 horas
  • Intensidad del programa para los maestros: más de 10 horas
  • Medición de resultados: Dos veces por mes o más.


En lo relacionado a la victimas del bullying, las características y estrategias utilizados que mostraron una asociación significativa con la efectividad de los programas son los siguientes:

Estrategias:

  • Métodos claros de disciplina
  • Entrenamiento (reuniones con) para padres
  • Vídeos y grupos de trabajo colaborativo

Características:

  • Intensidad del programa para alumnos: más de 20 horas
  • Intensidad del programa para maestros: más de 10 horas.
  • Duración del programa para alumnos: más de 270 días
  • Duración del programa para maestros: más de 4 días
  • Medición de resultados: Dos veces por mes o más.


En conclusión, primero, la medición de bullying es un tema complejo, que requiere conocimientos teóricos y empíricos bien fundamentados, para la correcta elección de instrumentos de medición. Recomendamos el uso de instrumentos que evalúen todos los componentes del acoso, además de instrumentos complementarios que valoren las posibles consecuencias de éste. Segundo, es importante hacer notar que, aunque se enlistas características y estrategias, los programas que han demostrado ser efectivos se caracterizan por abordar la problemática de forma integral, en diversos niveles (política pública, redes educativas, familias, personal escolar) y no con actividades puntuales ni aisladas. Así mismo, los programas deben estar orientados a promover (y desarrollar) un clima social escolar positivo, incrementar a empatía, desarrollar competencias sociales, promover conductas prosociales, resolución de conflictos y la mediación (Pérez, Astudillo, Varela y Lecannelier, 2013). Finalmente, las diferencias encontradas de acuerdo a los tipos de diseño podrían indicar que el trabajo con aquellos que ejercen la violencia puede ser más complicado que el trabajo con las víctimas.




Referencias
Crothers, L. M. y Levinson, E. M. (2004). Assessment of Bullying: A Review of Methods and Instruments. Journal of Counseling & Development, 82(4), 496–503. https://doi.org/10.1002/j.1556-6678.2004.tb00338.x
Grosser, K., Rojas, L. y Astorga, R. (coord.) (2015). Protocolo de actuación en situaciones de bullying. UNICEF: Costa Rica
Pérez, J. C., Astudillo, J. Varela T. J. Lecannielier, A. F. (2013). Evaluación de la efectividad del programa Vínculos para la prevención e intervención del Bullying en Santiago de Chile. Psicología Escolar y Eduacional. 12(1), 13 - 172
Solberg, M. E. y Olweus, D. (2003). Prevalence Estimation of School Bullying with the Olweus Bully/Victim Questionnaire. Aggressive Behavior, 29(3), 239–268. https://doi.org/10.1002/ab.10047
Ttofi, M. M. y Farrington D. P. (2010). School Based Programs to reduce bullying and victimization.  Campbell Systematic Reviews. DOI: 10.4073/csr.2009.6
Vera Giraldo, C. Y., Vélez, C. M. y García García, H. I. (2017). Medición del bullying escolar: Inventario de instrumentos disponibles en idioma español. PSIENCIA: Revista Latinoamericana de Ciencia Psicológica, 9(1), 1–16. https://doi.org/10.5872/psiencia/9.1.31
Vivolo-Kantor, A. M., Martell, B. N., Holland, K. M. y Westby, R. (2014). A systematic review and content analysis of bullying and cyber-bullying measurement strategies. Aggression and Violent Behavior, 19(4), 423–434. https://doi.org/10.1016/j.avb.2014.06.008
Ybarra, M. L., Espelage, D. L. y Mitchell, K. J. (2014). Differentiating youth who are bullied from other victims of peer-aggression: The importance of differential power and repetition. Journal of Adolescent Health, 55(2), 293–300. https://doi.org/10.1016/j.jadohealth.2014.02.009


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domingo, 27 de mayo de 2018
Por Unknown

¿Y qué papel juega la psicología positiva contra la violencia?: Una pauta de acción para contrarrestar la violencia y promover el bienestar


¿Y qué papel juega la psicología positiva contra la violencia?: Una pauta de acción para contrarrestar la violencia y promover el bienestar


La psicología positiva es un área relativamente emergente dentro la psicología como tal (Moyano, Bermúdez y Ramírez, 2016). Aunque sus antecedentes se remontan a la psicología humanista en la década de los 50 (Salanova Soria y Llorens Gumbau, 2016), es apenas en 1998 cuando se puede hablar de su reconocimiento formal dentro de la Asociación Americana de Psicología. Y aunque la esencia de la psicología positiva ya figuraba como parte de los objetivos de la psicología como ciencia desde mucho antes, ésta se vio desplazada por el énfasis en el tratamiento de los trastornos mentales y el estudio de sus causas y sus efectos (Seligman y Csikszentmihalyi 2000). Así por un lado, la psicología se enfocó en prevenir y curar lo patológico pero también descuidó la promoción de lo salutogénico. Esta última tarea es retomada por la psicología positiva en el afán de proporcionar un equilibrio y un panorama integral de la psicología humana (Park, Peterson y Sun, 2013). Es decir la psicología positiva no niega la existencia de lo negativo sino va más allá de ello y reconoce también la existencia de lo positivo.   
En este sentido, la psicología positiva que puede ser definida como el estudio científico del funcionamiento óptimo humano (Seligman y Csikszentmihalyi 2000) juega hoy un papel muy importante en la promoción de la salud y el bienestar y por lo tanto en la prevención de fenómenos sociales como la violencia.
Pero ¿Qué es la violencia? ¿Qué la causa? Y ¿Cómo prevenirla? Estas son preguntas difíciles de contestar contundentemente pues la violencia es un fenómeno que ha sido estudiado y puede ser analizado desde muchas perspectivas. La violencia que puede ser definida como cualquier acción o inacción que tiene como finalidad causar daño (físico o no) a otro ser humano (J. Sanmartin, 2000), es una realidad que puede observarse hoy día en diversos escenarios y contextos; desde la violencia intrafamiliar, la violencia escolar, la violencia de género, hasta los actos terroristas y las guerras, son sólo algunos ejemplos que nos dicen que la violencia es un fenómeno social complejo que ocurre en muchos ámbitos en el mundo y nuestra sociedad. Sin embargo, en un análisis conceptual, algunos autores optan por diferenciar a la violencia de la agresividad el cual es otro concepto objeto de estudio y debate en psicología.

En este sentido J. Sanmartin (2000) considera que si bien la agresividad es una caracteristica innata en el ser humano esto no significa que su manifestación sea siempre inevitable y por lo tanto justificada por cuestiones biológicas. En otras palabras el ser humano es agresivo por naturaleza pero puede ser violento o pacifico dependiendo del contexto cultural en el que se desenvuelva (Alfonso Varea y Castellanos Delgado, 2006). Está visión sobre la violencia es más optimista puesto que por un lado permite considerar a este fenómeno como algo ampliamente evitable (prevenible), y por otro, culturalmente aceptable o inadmisible (aprendido/condicionado). 
Con base en lo anterior, es posible asegurar que existen vías para prevenir la violencia y por otra parte inculcar que la violencia no es el camino. Ahora, ¿Qué podemos hacer como sociedad para conseguir el objetivo anterior? ¿Qué puede hacer la psicología al respecto? y ¿Qué papel juega la psicología positiva en todo esto? Siendo la psicología la ciencia dedicada al estudio del comportamiento humano, tiene mucho que aportar en términos de comprender los factores involucrados en la violencia, atender a las víctimas de este fenómeno y generar campañas para reducir y romper con el circulo de la violencia, sin embargo, la psicología no sólo debería quedarse con la mera ausencia o inexistencia de la violencia sino también debería ocuparse de la promoción de la paz y el bienestar. Y es que como se ha mencionado anteriormente, un aspecto ignorado por mucho tiempo por la psicología ha sido el de cultivar las fortalezas y promover el desarrollo del potencial humano (Park, 2004). Este papel que ahora asume la psicología positiva de manera científica, aunque directamente no lo parezca puede hacer mucho para fomentar espacios y ambientes libres de violencia pero sobre todo para hacer de la paz una fortaleza y cualidad de la sociedad.

Los cómos de la psicología positiva para abordar la violencia, promover la paz y el bienestar

Pero ¿Cómo puede la psicología positiva y el bienestar promover la paz e incluso ayudarnos a combatir la violencia?
Una vez pronunciada la psicología positiva como área digna de estudio, sus principales impulsores Seligman y Csikszentmihalyi (2000) establecieron tres centros de trabajo para estudiar y entender mejor que factores influyen en el desarrollo de una vida plena, estos son: 1) Las experiencias positivas (emociones positivas, experiencias de flow, felicidad); 2) Los rasgos individuales positivos (fortalezas de carácter, talentos, valores) y; 3) Las instituciones positivas (escuelas, familias, comunidades). A la postre, Seligman (2009) agregó a estos ejes de trabajo una nueva vía: 4) Las relaciones interpersonales positivas (amigos, matrimonios, compañeros). La lógica detrás de estas áreas de estudio es que las instituciones positivas favorecen el establecimiento de relaciones positivas, y estas a su vez favorecen el desarrollo de los rasgos positivos y al mismo tiempo posibilitan las experiencias positivas (Park, Peterson y Seligman, 2004).
A continuación se describe de manera breve cómo estas cuatro variables pueden ayudarnos a enfrentar el tema de la violencia, promover la cultura de la paz y potenciar el bienestar.

Experiencias positivas

Estudios señalan que los efectos de sentirnos bien o experimentar emociones positivas resultan en volvernos más generosos, altruistas, ser más creativos, benevolentes con los demás y con nosotros mismos (Aspinwall, 2001; Fredrickson, 2001; Vázquez y Hervás  2009). La construcción de estos recursos personales, que incluyen aspectos cognitivo-conductuales, psicológicos y sociales pueden explicarse a través de la teoría de la ampliación y la construcción propuesta por Fredrickson (2001), la cual postula que las emociones positivas (al contrario que las emociones negativas) amplían momentáneamente nuestros repertorios de  pensamiento-acción lo que favorece el surgimiento de ideas y acciones creativas y novedosas, y el establecimiento de vínculos sociales. Esta nueva apertura cognitiva y conductual con el paso del tiempo termina a su vez por construir recursos personales duraderos que sirven después para la supervivencia y enfrentarse de manera más efectiva y positiva a la vida. Es decir, al fomentar las emociones positivas, no sólo promovemos el bienestar sino también construimos recursos personales para una convivencia más pacífica y sana.  

Rasgos positivos

Por otro lado, Seligman y Peterson (2004) en un intento por establecer un sistema de clasificación de cualidades o “rasgos positivos” que sean la contraparte del Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM por sus siglas en inglés, desarrollaron investigación que tomó aportes de la filosofía, las religiones y diversas culturas para su realización. El resultado, arrojó un total de 24 fortalezas de carácter, agrupadas en 6 virtudes. Dichas fortalezas se caracterizan por: (1) Ser valoradas en todas las culturas; (2) Ser un fin y no un medio en sí mismas y; (3) Pueden ser adquiridas. Entre dichas fortalezas se encuentran la humildad, la amabilidad, la prudencia, el autocontrol, el perdón y el altruismo, las cuales se han relacionado con una reducción de la violencia y baja externalización de la agresividad (Cohrs, Christie, White y Das, 2013; Giménez, Vázquez y Hervás, 2010; Tweed, Bhatt, Dooley, Spindler, Douglas y Viljoen, 2011). Asimismo, de manera general se ha encontrado evidencia que señala que “un buen carácter” o la presencia de estas fortalezas personales se relacionan con un menor índice de conductas de riesgo (tabaquismo, abuso de sustancias), psicopatologías y disminución de la violencia (Park, 2004) mientras que virtudes como la trascendencia y la templanza podrían fomentar la paz (Peterson y Seligman, 2004). Así pues, las fortalezas de carácter además de servir para resolver problemas (Park, Peterson y Seligman, 2004) que se asocian a un malestar social, también podrían contribuir al bienestar y la paz. 




 Instituciones positivas

Las instituciones sociales como la familia, la escuela y la comunidad como tal pueden jugar tanto el papel de factores de riesgo como factores de protección ante la violencia (Moore, Stratford, Caal, Hanson, Hickman, Temkin, Schmitz, Thompson, Horton y Shaw, 2014; Lösel y Farrington, 2012); es decir mientras estas instituciones pueden incrementar su probabilidad también pueden reducirla (Lösel y Farrington, 2012). Por esta razón es que trabajar para construir y promover instituciones más sanas y positivas no es sólo cuestión de bienestar sino también una manera de prevenir fenómenos como la violencia.
Sin embargo, cabe aclarar que en línea con el objetivo de la psicología positiva la meta no quedaría en mitigar o nulificar la violencia sino ir más allá de ella y trabajar por la construcción de cualidades como la armonía, la empatía y la humanidad (Cohrs, Christie, White y Das, 2013). Y es que son estas estructuras sociales las que a nivel individual  puede ayudar a prevenir el comportamiento violento pero también enseñar la cultura de la paz.

Relaciones positivas

Sin duda, una de las más grandes aportaciones de la psicología positiva al estudio del bienestar y la felicidad, es el hecho de que las relaciones positivas son un factor clave para tener una vida buena y una vida con sentido (Waldinger, 2016). Del mismo modo, también existe evidencia que respalda que los vínculos positivos pueden fungir como factores protectores contra violencia y a su vez se correlacionan negativamente con factores de riesgo asociados a ella, tales como el abuso de alcohol y el abuso de sustancias (Haase y Pratschke, 2010; Moore, et al., 2014). Así también, como podrá suponerse, las personas que mantienen relaciones interpersonales positivas poseen una serie de habilidades que los distingue, tales como la empatía, la resolución de conflictos y la capacidad de negociación (Wied, Branje y Meeus, 2017), las cuales podrían fomentarse en otros grupos para el establecimiento de relaciones más sanas y positivas. En esta la misma línea, la evidencia sugiere que los factores de protección son tan importantes como los factores de riesgo puesto que si bien estos últimos tienen un impacto en la reducción con la violencia (Moore, et al., 2014), los primeros como en el caso de las relaciones positivas favorecen ambientes de armonía, tolerancia y de paz (Cohrs, Christie, White y Das, 2013), incompatibles con la violencia.

Y que pude ofrecer la psicología positiva cuando la violencia se ha presentado




Indudablemente, la psicología positiva no solo se enfoca en emociones y experiencias como la alegría, la felicidad y el bienestar y pasa por alto el hecho de que en el mundo y en nuestra sociedad existen personas que han atravesado por situaciones de violencia.
Ante el dolor y el sufrimiento humano, la psicología positiva también ofrece recursos para superarlos y florecer. Entre estas estrategias o recursos psicológicos positivos se encuentran, la espiritualidad, la resiliencia, el crecimiento postraumático, la vida con sentido y significado, las emociones positivas, las relaciones positivas, el optimismo, la reevaluación positiva, la fe, la esperanza y el amor, las cuales han demostrado por un lado amortiguar los efectos producidos por el estrés y por otro dar un sentido diferente a las experiencias dolorosas y traumáticas para ser utilizadas de manera positiva para el crecimiento personal (Fredrickson 2001; Joseph, 2009; Park, Peterson y Sun, 2013; Seligman y Peterson 2004). Asimismo, estas experiencias, rasgos y características positivas tienen la capacidad de incrementar y promover la salud y el bienestar lo cual no equivale a la mera ausencia de problemas o enfermedad (OMS, 1947).

Conclusiones

La violencia es un fenómeno social complejo y de salud pública que tomando en cuenta un modelo ecológico involucra tanto factores individuales, como interpersonales, comunitarios y sociales (Reilly y Gravdal, 2012). Asimismo altos niveles de violencia en algunos países comparado con otros sugieren que existen creencias, valores y políticas que subyacen a una cultura de la violencia (Moore, et al., 2014) lo cual también indica que existen distintos factores involucrados. Estos factores pueden tanto incrementar la probabilidad de violencia (factores de riesgo) como reducirla o incluso prevenirla antes de que aparezca (factores de protección). Asimismo existe evidencia que señala que la probabilidad de violencia disminuye conforme el número de factores de protección aumenta (Lösel y Farrington, 2012). Estos factores de protección para la psicología positiva tendrían que ver con cultivar y promover aspectos tales como las emociones positivas, los rasgos positivos, las relaciones positivas y las instituciones positivas las cuales contemplarían las variables señalas por el modelo ecológico. Sin embargo, tomando en cuenta el modelo del déficit predominante en psicología estos factores de protección y promoción de la salud estarían siendo ignorados. En este sentido el presente análisis pretende no sólo prestar atención a los factores que pueden reducir la violencia desde la prevención sino también a aquellos que pueden ayudar a erradicarla a través de la promoción del bienestar y una cultura de la paz.


 Referencias

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Tweed, R. G., Bhatt, G., Dooley, S., Spindler, A., Douglas, K. S., & Viljoen, J. (2011). Youth violence and positive psychology: Research potential through integration. Canadian Psychology, 52, 111-121. DOI: 10.1037/a0020695

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Wied, M., Branje, S. J. T. y Meeus, W. H. J. (2007). Empathy and conflict resolution in friendship relations among adolescents. Aggressive Behavior, 33, 48-55.


domingo, 13 de mayo de 2018
Por Marisol Perez

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