Por Unknown sábado, 18 de julio de 2015

  
En la entrada de hoy, expondré algunas ideas y datos sobre uno de los Trastornos que se presentan con mayor frecuencia en personas que han sido víctimas de un evento traumático, enfocándome en la población constituida por niños, niñas y adolescentes. Antes de comenzar, considero pertinente  hacernos algunas preguntas: ¿Puede un niño recordar eventos traumáticos? ¿Pueden tener secuelas de dichos eventos? ¿Podemos esperar los mismos comportamientos de un adulto en un niño que se sospecha tiene estrés postraumático? 

Las respuesta a las dos primeras preguntas es SI,  es posible que un niño que ha estado expuesto a un evento traumático (comisión de un delito, ser víctima de agresión, etc), presente secuelas relacionadas con el mismo, pues al igual que los adultos los eventos impactantes provocan alteraciones en sus condiciones de vida y estabilidad psíquica. Ahora bien, no por eso quiere decir que los síntomas serán igual que en un adulto, pues al encontrarse en una etapa de desarrollo diferente, los niños, niñas y adolescentes presentan rasgos particulares en los síntomas que pueden sugerir un trauma. 

El estudio del trauma psíquico se ha estudiado desde Freud hasta nuestra época, sin embargo su presencia en los manuales diagnósticos de enfermedades mentales no es tan antiguo. En el DSM-I existía la categoría de reacción general al estrés, que constituía una reacción a los combates o catástrofes civiles, las que podrían progresar a una reacción neurótica si éste persistiera. En el DSM-II se minimizan las reacciones traumáticas reduciéndolas a una reacción transitoria, lo que pronto fue considerado como insuficiente (Montt y Hermosilla, 2001).

Es hasta el DSM-III en 1980, que fue acuñado oficialmente el “Trastorno de Estrés-postraumático”, colocándolo dentro de los trastornos de ansiedad (Secretaría de Salud, 2011) y posteriormente en el DSM III-R, se sugirió que para diagnosticar este trastorno debía existir un estresor severo y que estuviera fuera del rango de la experiencia humana usual. En el DSM IV TR, no hubo gran variación en cuanto a lo establecido en la versión anterior (Montt y Hermosilla, 2001). Actualmente, el trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) en la quinta edición del DSM, se ha contemplado una nueva categoría denominada: “Trastornos Relacionados con Traumas y Factores de Estrés”, en la que se incluye el TEPT como parte de sus categorías (Asociación Americana de Psiquiatría, 2013). 
Pero ¿Qué provoca el desarrollo de este trastorno? ¿Quiénes pueden ser más propenso al padecimiento?

Los teóricos han señalado que una experiencia que provoque un trauma psíquico y que genere un trastorno puede ser de gran escala, tales como desastres, guerras, terrorismo o, pueden situaciones  particulares de una comunidad o  vecindario, tales como el crimen, la violencia en la escuela y los accidentes de tránsito. Dentro del hogar también existen peligros: violencia doméstica y maltrato y abuso infantil. Así las experiencias traumáticas pueden caber dentro de varias categorías (National Child Traumatic Stress, 2004). 

Se estima que de un 50 a 90% de la población general ha estado expuesta a eventos traumáticos alguna vez en su vida. No obstante la mayoría  de los sujetos expuestos no desarrollaron TEP. A nivel mundial se estima que la prevalencia de este trastorno es del 8%, siendo mayor en sujetos expuestos a violencia sexual o a eventos relacionados con desastres naturales y es mayor en mujeres que en hombres (Usarno, Bell,  Eth, Friedman,Norwood, Pfefferbaum, Pynoos, Zatzick y  Benedek, 2010). En México los resultados de la Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica reportan una prevalencia de 1.4% con la mayoría en mujeres. Por su parte, la Encuesta de Salud Mental Adolescente, estima una prevalencia mayor en la población de mujeres de 12 a 17 años (Benjet., Borger, Medina-Mora, Méndez, Fleiz, Rojas, y Cruz, 2009)


TEPT en niños, niñas y adolescentes 

Retomando el caso de los niños, niñas y adolescentes, de acuerdo a los últimos estudios, se revela  que las experiencias traumáticas afectan el cerebro, la mente y el comportamiento incluso de infantes muy pequeños ocasionándoles  reacciones similares a las que se manifiestan tanto en niños mayores como en adultos.(National Child Traumatic Stress, 2004). Por lo que las investigaciones realizadas sobre TEPT en niños han proliferado durante la última década, tanto por el desarrollo de técnicas que facilitan el diagnóstico, como por la progresiva exposición de niños a situaciones traumáticas tales como la criminalidad, la violencia doméstica y social (Montt y Hermosilla, 2001).

Se ha encontrado que las reacciones de los niños y de los adolescentes al estrés postraumático pueden caer en una escala entre leve y grave, pueden durar por pocos o por muchos años, y mejorarse de vez en cuando, pero sólo para empeorar en distintas ocasiones. Para entender estas diferencias hay que partir de la gravedad de la experiencia que tuvo el niño (National Child Traumatic Stress, 2004). 

Es posible que sientan “miedos recurrentes” y que el resultado sea que evadan  participar en actividades  que solían disfrutar. Especialmente los niños de edad escolar podrían pasar de un comportamiento tímido o retraído a una conducta inusualmente agresiva. Algunos niños se mueven intranquilos aunque estén dormidos y hablan en sueños; por lo tanto se despiertan cansados. El no poder descansar aunque duerman, puede interferir con su capacidad de concentración durante el día y hacer que no puedan prestar atención. Puede hacérseles difícil estudiar, porque están siempre en alerta, en espera de que algo suceda a su alrededor. (National Child Traumatic Stress, 2004). 

En relación a los síntomas que debe presentar una persona para cubrir los criterios diagnósticos, se encontró que los niños los presentan, con ligeras variaciones, estas son (Montt y Hermosilla, 2001):

  • Reexperimentación. En los niños se expresa en recuerdos recurrentes e intensos, los que suelen ser una imagen asociada a un escaso vocabulario, juegos repetitivos y la repetición del acontecimiento traumática como si el niño, niña o adolescente estuviera actuándola. Son frecuentes las pesadillas en las que se repite el recuerdo o aspectos encubiertos de éste, tales como la muerte, monstruos y catástrofes. Además, los niños pueden presentar estados disociativos en los que repiten el suceso a través de ensoñaciones diurnas y conductas repetitivas iguales o semejantes a aspectos de la situación traumática. No hay flash-back, presentan una intensificación de la sintomatología e hipersensibilidad frente a estímulos del medio que se asocia o simboliza el trauma. La reexperimentación puede desarrollarse después de un período de latencia de meses o años.
  • Evitación. Los esfuerzos del niño por evitar los pensamientos y sentimientos relacionados con el evento traumático tienden a manifestarse a través de la pérdida de habilidades recientemente adquiridas, regresiones, temor a la oscuridad, evitar conversar del suceso, eludir actividades en que aflore el recuerdo y una amnesia parcial o total, con alteraciones en la memorización y secuencia de los hechos.
  • Embotamiento afectivo o anestesia emocional. Se presenta como una disminución en los intereses, inhibición conductual, aislamiento, disminución de la capacidad para sentir emociones, y, especialmente, las asociadas a la intimidad o afectos positivos, así como sensación de un futuro desolador.
  • Hiper arousal. Se manifiestan en dificultades para conciliar el sueño y mantenerlo, hipervigilancia, facilitación de la respuesta de sobresalto, irritabilidad, dificultades de concentración o para terminar una tarea.
  • Manejo de la agresividad. En los casos más leves se observa mayor irritabilidad o temor a perder el control y, en los más graves, explosiones impredecibles o incapacidad para expresar sentimientos de rabia.

Como se ha señalado,  el TEPT puede ser diagnosticado en niños, en el DSM-V se señala que debe tenerse especial cuidado con los niños menores de seis años, mayores de seis años hasta la adolescencia y los adultos mayores, lo que concuerda con lo expresado anteriormente, pues en estas categorías de edad, los síntomas pueden ser confundidos con trastornos de ansiedad o puede cometerse el error de no explorarlos. Debe tenerse en cuenta que para realizar una valoración para este trastorno, es importante contemplar el tipo de evento que ocasionó el trauma, exposición al estímulo, la temporalidad, la gravedad de los síntomas y las afectaciones que ha tenido en el menor de edad afectado. De igual forma, es importante que el psicólogo o psiquiatra que valore al niño, niña o adolescente, tome en cuenta el curso de los síntomas, puede que estos aparezcan incluso seis meses o años después del incidente (Montt y Hermosilla, 2001; National Child Traumatic Stress, 2004; Secretaría de Salud, 2011). 

Lo anterior desmiente la creencia de que un niño, niñas o adolescente, “olvida”, “supera” o “no se ve afectado” por los eventos de su entorno que puede ser traumáticos. Nuestro deber como sociedad es apostar por medidas que eviten que esta población vulnerable, se vea expuesta a eventos que puedan dejar secuelas y traumas  que los acompañen en su desarrollo, sobre todo, cuando las condiciones que ocasionan el trauma, pueden ser prevenidas y evitadas. 

Referencias


ResearchBlogging.org
Asociación Americana de Psiquiatría (2013). Guía de consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-5. Estados Unidos: Arlington.

Benjet, C., Borger, G., Medina-Mora, ME., Méndez, E., Fleiz, C., Rojas, E. y Cruz, C. (2009). Diferencias de sexo en la prevalencia y severidad de trastornos psiquiátricos en adolescentes de la ciudad de México Salud Mental, 32 (2), 155-163.


Montt, M. y Hermosilla, W. (2001). Trastorno de Estrés Postraumático en Niños Revista Chilena de Neuro-Psiquiatría, 39 (2), 110-120.

National Child Traumatic Stress. (2004). Entendamos el estrés traumático infantil. Estados Unidos: National Center for Child Traumatic Stress. 

Secretaría de Salud. (2011). Diagnóstico y manejo del estrés postraumático. México. Recuperado de: www.cenetec.salud.gob.mx/interior/gpc.html.

Usarno, R.J., Bell, C., Eth, S., Friedman, M.,Norwood, A., Pfefferbaum, B., Pynoos, R., Zatzick, D. y Benedek, D. (2010). Practice Guideline for the treatment of patients with acute stress disorder and posttraumatic stress disorder. Estados Unidos: American Psychiatric Association.

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