Archive for septiembre 2018

¿Qué sirve y qué no en la Intervención en Crisis?



Una crisis es un incidente crítico, inesperado, a menudo corto y amenazante que sobrepasa las capacidades de un individuo para responder forma adaptativa (Flannery y Everly, 2000). Estas crisis pueden ocurrir por varias razones, tales como desastres, actos de violencia, eventos que amenacen con la muerte o un serio daño a la integridad física de un individuo. Por tanto, la intervención en crisis, resulta en una forma de intervención psicológica caracterizada por proveer a las víctimas con cuidados psicológicos de emergencia, así como apoyarlas para regresar a niveles de funcionamiento adaptativos y prevenir o mitigar el potencial impacto negativo de un trauma psicológico.

Si bien, existen varios varios modelos de intervención en crisis, parece que existe un consenso en cuanto a los principios generales de la mayoría de los modelos, que consisten en: intervenir de forma inmediata, estabilizar, facilitar el entendimiento de lo ocurrido, enfocarse en la solución de problemas, y promover la autosuficiencia. Sin embargo, la realidad es que a pesar de ello, estos principios no necesariamente asegurar la efectividad de los modelos de intervención. Para asegurarse de ello, existe al menos dos aproximaciones: primero una buena evaluación a partir de un triaje (triage), y segundo, utilizar modelos de intervención en crisis basadas en evidencias.

¿Qué es una evaluación por triaje?

El triage o triaje, es un neologismo que simplemente quiere decir, clasificar o separar. Es muy similar a los modelos de emergencia de “colores” que utilizan los servicios de salud.

Triage del IMSS (México).
En su artículo de 2006, Myer y Conte comentan un método de evaluación tipo triage para casos de intervención en crisis que me parece especialmente bueno, conocido como TAS (Traige System Assessment). El modo (inicialmente propuesto por Myer y sus colaboradores), evalúa tres dominios: (1) Afectivo, (2) Conductual, y (3) Cognitivo.

En el primero dominio, basándose en extensos estudios de emociones asociadas a eventos de crisis, se propone la evaluación de tres reacciones principales: (1) Ira/Hostilidad; (2) ansiedad/miedo; y (3) tristeza/melancolía. Siendo los principales tipos de reacciones emocionales que manifiestan las víctimas de una crisis.

Por su parte, el componente dos, evaluar tres reacciones conductuales: (1) inmovilización, (2) evitación; y (3) abordaje. El primero, hace referencia a aquellas reacciones donde el individuo no reacciona, y queda en estado que le incapacita para realizar cualquier intento de resolver la crisis. El segundo, hace referencia a las reacciones de intentos proactivos de escapar o evitar los problemas asociados con la crisis. Finalmente, el tercer tipo de respuesta conductual, es el abordaje, donde se incluye los intentos proactivos para resolver los problemas relacionados con la crisis.

Finalmente, el dominio cognitivo también evalúa tres tipos de pensamientos concernientes a la crisis: (1) transgresión; (2) amenaza; y (3) pérdida. El primero, habla de la sensación de estar siendo víctima de una agresión o suceso contra la persona, cuyo evaluación es relacionada con el presente. El segundo, la amenaza, es una percepción de que algo puede ocurrir en el futuro o de forma potencial. Y el tercero, la pérdida, se percibe como un suceso del pasado, que deviene a la sensación de una pérdida irrevocable.

Sin embargo, aunque este modelo de evaluación es útil para identificar el dominio más apremiante que requiere la estabilización del paciente, lo cierto es que eso no quiere decir que el psicólogo o profesional de la salud podría realizar cualquier tipo de intervención. Es necesario la utilización de métodos y procedimientos que aseguren de alguna forma la probabilidad de tener éxito con el paciente.

Intervención en crisis basada en evidencia

¿Cuál modelo de intervención en crisis tiene mejores resultados? Para responder a ello, Roberts y Everly (2006) realizaron un meta-análisis de 36 estudios en intervención en crisis. A grandes rasgos, un meta-análisis es un tipo de estudio en el que se sintetizan los resultados de estudios previos para conocer si existen resultados consistentes y que provean evidencia de que un tratamiento o intervención funciona. Esto, mediante el uso de técnicas estadísticas que ayuden a ponderar los resultados de cada estudio en un único resultado final. Así, en vez de tener que leer 36 estudios de manera individual y llegar a conclusiones subjetivas, el meta-análisis de Robert y Everly ayuda a tener un único resultado donde se integren las muestras y resultados de los 36 estudios.



El análisis realizado por Robert y Everly, considera al menos tres categorías de intervención en crisis: (a) preservación de la familia, también conocida como intervención familiar en crisis en el hogar. El cual se provee en un periodo de aproximadamente 3 meses con un total de 8 a 72 horas de intervención total. (b) Intervención en crisis multisesión (durando alrededor de 4 a 12 sesiones); o Manejo de estrés de incidentes críticos multicomponente (CISM por sus siglas en inglés), también conocido como intervención en crisis grupal. Este último consistente en al menos tres sesiones que consideren entrenamiento pre-crisis (p. ej. inoculación de estrés), intervención grupal o individual justo después de la crisis; y consejería post-crisis un mes después. Y finalmente (c) sesiones individuales únicas o grupos de interrogatorio de crisis. Estás, pueden durar de 20 minutos hasta 2 horas.

Los resultados del meta-análisis de Robert y Everly señalan que las intervenciones que tienen un efecto más fuerte fueron las técnicas de preservación familiar. Con un 63.64% de los estudios que señalan un efecto fuerte. Por el contrario, las sesiones individuales o grupales únicas, mostraron un 66.67% de efectos bajos. En general, la gran conclusión por Robert y Everly señala el claro efecto positivo de las intervenciones en crisis en el hogar y que involucran a las familias. Se recomienda en general programas de intervenciones mayores a 8 horas basadas en el hogar; y con un periodo de intervención que vaya de 1 a 3 meses. Con un efecto relativamente menor pero igual de bueno, se encuentran el CISM, con un formato de sesiones que vayan de las 4 a las 12 sesiones de intervención. finalmente, las intervenciones individuales no parecen tener un efecto muy grande, aunque es posible que en ciertos casos (donde la intervención familiar, o las múltiples sesiones no sean posibles), sea la única opción. Sin embargo, la tasa de efectos positivos y fuertes es de solo el 16%, por lo que posiblemente se recomienda acompañarlo con otro tipo de intervenciones adicionales.

Conclusión

En general, la intervención en crisis es un método de intervención con un propósito bienintencionado, sin embargo, las buenas intenciones de los psicólogos no parece ser suficiente según la investigación. Por tanto, para una adecuada intervención, se recomienda primero realizar una evaluación tipo triage, que permita identificar las áreas que requieren atención, y el nivel de crisis del sujeto; y segundo, utilizar algún método de intervención que permita aumentar la probabilidad de éxito con el paciente, tales como las técnicas de preservación familiar o el CISM. Siguiendo estas recomendaciones, nos aseguraremos de realizar intervenciones en crisis basadas en evidencia, que nos permitan aumentar las posibilidades de mejores resultados.

Referencias

    ResearchBlogging.org Flannery, R. B., & Everly, G. S. (2000). Crisis intervention: A review International Journal of Emergency Mental Health, 2 (2), 119-126 
    Myer, R. A., & Conte, C. (2006). Assessment for crisis intervention Journal of clinical psychology, 62 (8), 959-970 : 10.1002/jclp.20282 
    Roberts, A. R., & Everly Jr, G. S. (2006). A meta-analysis of 36 crisis intervention studies Brief Treatment and Crisis Intervention, 6 (1), 10-21 : 10.1093/brief-treatment/mhj006
sábado, 15 de septiembre de 2018
Por Julio Vega

El problema de la política criminológica


El problema de la Política Criminológica



El tema de la criminalidad es un fenómeno que atañe a todas las sociedades por el simple hecho de ser inherente a la naturaleza del hombre, no obstante y aun cuando su estudio e interpretación está ligado a un contexto económico, político y social, los estudiosos coinciden en que se trata de un problemática que lacera la humanidad al contravenir las normas sociales y morales; razón por la cual se ha pretendido por múltiples medios regularla o en el mejor de los casos erradicarla.
Para ello, el Estado se vale de todos los recursos y medios que tiene a su alcance para mantener controlado el fenómeno criminodelictivo, sin embargo,  cuando Emiliano Borja[1], definió la Política Criminal como ese conjunto de medidas y criterios de carácter jurídico, social, educativo, económico que buscan prevenir y reaccionar frente al fenómeno criminal, parecía claro que para su abordaje debía recurrirse a múltiples disciplinas que aportaran elementos claves para su análisis y tratamiento.
No obstante, y contrario a lo que vemos hoy, la política criminológica ha fungido como instrumento de poder y mecanismo de represión para mantener el control social de determinados grupos, peor aún, se ha empleado como propuesta de campaña electoral al señalar el endurecimiento de las penas y la disminución de la edad penal en el caso de los adolescentes como remedios infalibles para la erradicación del delito, lo que solo ha alimentado el odio y el hartazgo de la ciudadanía, además de legitimar  actos de discriminación o de justicia por propia mano u otro tipo de venganzas fuera de la legalidad como es el caso de los linchamientos. Y es que en México la Política Criminal se ha asociado mayormente con términos como punibilidad, coercibilidad, control social o represión ya que fueron conceptos propios del sistema penal de corte inquisitivo que imperó durante siglos en Latinoamérica y que lamentablemente hoy siguen vigentes y direccionado diversas acciones en materia de criminalidad y seguridad pública implementadas en nuestro país.
Ejemplo de ello fue la estrategia de seguridad denominada “Tolerancia Cero” que encabezó el ex Alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y que fue puesta en marcha en la Ciudad de México durante 2003 en la administración de Marcelo Ebrard, que no obstante con los más de 4.3 millones de dólares que se invirtió en el proyecto,  pareciera no haberse visto un impacto significativo en los índices de criminalidad y delincuencia.
Recientemente con el cambio de paradigma a uno de corte garantista, se  suponía una concepción más amplia de la Política Criminológica que implicará de  conocimientos teóricos-prácticos especializados y orientados a procurar al máximo  los derechos fundamentales de las personas, que dotara de igual peso al aspecto preventivo que al correctivo a través de la investigación, la multidisciplinariedad y la profesionalización.
 Sin embargo, de entrada resulta penoso que este cambio de paradigma obedezca mayormente a presiones del Derecho internacional y no a una convicción genuina del gobierno por transitar a modelos garantistas, ya que lo anterior solo se tradujo en la elaboración de más instrumentos, protocolos y modelos de actuación que en ocasiones resultan inoperantes para las condiciones del país, la sistematización de procedimientos que se desdibujaron en el enorme aparatico burocrático mexicano o en el cambio de estructura o denominación de las instituciones que  han generado más coste que ganancias.
A propósito de lo anterior, llama la atención que se insista en demasía en la homologación de criterios en el estudio del fenómeno delictivo y que se  centre casi exclusivamente su estudio en el ámbito del Derecho Penal,  sin embargo, ¿Puede delegarse mayormente al Derecho el estudio del crimen y del delito sin atender sus elementos socioculturales? ¿Ha sido hasta hoy favorable delegar a las ciencias penales el estudio del crimen y delito?
 Para ello, seria primordial concebir un sistema jurídico flexible que corresponda con los cambios y problemáticas actuales de la sociedad, pero no solo de los problemas que aquejan a las grandes urbes, sino de las  particularidades que conllevan la multiculturalidad del territorio nacional, toda vez la aplicación de ciertos sistemas normativos resulta inoperante y ajena a la realidad que viven múltiples comunidades al interior de la República, máxime por el principio pro persona que debería anteponer las garantías de los ciudadanos y evitar privilegiar la rigidez en la aplicación de un código ajeno a las necesidades de la población, por el contrario, que refuerzan la impunidad y se alimenta de la desigualdad con la que se aplican en su mayoría las normas jurídicas, ya que es una realidad que en muchas de las zonas originarias del país, las características del idioma, los sistemas normativos internos, así como la cosmovisión de las comunidades dificultan la positivización de sus elementos y acentúan la marginación al momento de la toma de decisiones.    
    Pero no solo las características relacionadas con la diversidad étnica forman parte de los elementos a considerar dentro de una política criminal,  sino hechos que a la luz resultan inadvertidos para la sociedad como lo son los problemas generados como efecto de la globalización como la desigualdad económica, el desempleo, la delincuencia organizada, mencionando en este último caso el fenómeno relacionado con la siembre de droga,  que pro su impacto ha demandado de colocar en la agenda pública en tema de su legalización y que ha estado permeada mayormente por un aspecto moral que por un análisis científico, siendo que la siembra de la marihuana como lo señalan  Humberto Padgett y Dalia Martínez en su articulo “La república marihuanera”[2], forma ya parte de las actividades productivas del país, ilegales pero productiva, ya que la gente paulatinamente pasó de sembrar hortalizas y diversos frutos a integrar en sus actividades  la cosecha de marihuana, toda vez que entre múltiples aspectos representa una opción  un ingreso y su dedicación al cultivo en muchos de los casos se debe a la falta de  condiciones mínimas necesarias para proveerse de insumos básicos como son alimentación, salud y vivienda a los integrantes de la comunidad.
Sin embargo, hasta aquí pareciera que se ha perdido de vista  que los  involucrados no son solo grupos de personas o comunidades sino individuos con características y necesidades diferentes que han sido relegados, ya aun cuando que cada brecha generacional se identifica con símbolos e intereses particulares y algo que llama la atención ha sido la forma en que  las últimas generaciones han radicalizado la forma de establecer sus relaciones familiares, de amistad y de trabajo, ya que el proceso de socialización que se inicia en el núcleo primario de la familia pasa después a reproducirse en el medio social, empero, que en la  actualidad parece carente de vínculos carentes de apego, confianza y respeto por las normas sociales, las figuras de autoridad y de desinterés por el bienestar general, incluso que ha normalizado la violencia y el individualismo por encima del colectivo, así mismo, que se ha caracterizado por  la urgencia de satisfacer necesidades de manera rápida y sin esfuerzo, es decir de libre tránsito al hedonismo, siendo que ellos serán los responsables de continuar e innovar las formas de atender los problemas que aquejan a la sociedad, y no solo a partir de efectos aislados de fenómenos como la pobreza, la migración, los desplazamientos forzados o la violencia de género por mencionar algunos, sino la compleja interrelación que conllevan la interacción de las personas y sus efectos en un espacio determinado y que implique la participación de todos y cada uno de los sectores de la sociedad.
Por ello, resulta necesario la participación conjunta del gobierno y de la sociedad civil a fin de poder atender los múltiples problemas sociales, además, mientras México carezca de una política criminológica definida, inclusiva y particularizada para cada sector de la población en el cual se pretenda incidir, con objetivos claros, alcanzables y acordes a la realidad del país, difícilmente se pueden concretar proyectos que faciliten la implementación de estrategias orientadas al estudio y tratamiento del crimen y del delito, toda vez que no es el número de instituciones, la cantidad de programas o el marco jurídico que la conforman,  sino la ineficacia de estos organismos, así como la falta de calidad y compromiso con las que se establecen las políticas públicas lo que han derivado en el fracaso de las mismas. 



BIBLIOGRAFÍA

Borja Jiménez, Emiliano (2011), Curso de Política Criminal, 2ª.ed., España, Tirant lo blanch,
Padgett Humberto, y Martínez Dalia, “La república marihuanera”, emeequis, N° 260, 8 de agosto de 2011.


[1] Borja Jiménez, Emiliano, Curso de Política Criminal, 2ª.ed., España, Tirant lo blanch, 2011,p.119.
[2] Padgett Humberto, y Martínez Dalia, “La república marihuanera”, emeequis, N° 260, 8 de agosto de 2011, p.23.

sábado, 1 de septiembre de 2018
Por Liliana Delgado

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