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Del Poder Foucaultiano a la cárcel contemporánea (Parte 2)
El hecho de que nadie sea propietario absoluto del poder, de que éste sea transitorio y sumamente movible, de que el poder sea una relación estratégica compleja e intercambiable, no implica que no se deba precisar quien tiene el dominio, quien resiste, quiénes son los que hacen funcionar la maquinaria del poder y por cuanto tiempo.
Foucault subestima la importancia de los sujetos o instituciones que ejercen el poder y sobrevalora las prácticas y las estrategias del poder que condicionan la actuación de los individuos que se hacen cargo de su funcionamiento. Hay momentos y circunstancias históricas en donde la maquinaria de poder resulta ser inseparable de las personas e instituciones que la crearon y la manejan cotidianamente.
En este sentido, así como es necesario estudiar la tecnología de poder en su funcionamiento estratégico específico, también se debe de estudiar la correlación existente entre la maquinaria de poder, las instituciones y los individuos.
Microfísica
La comprensión del poder microfísico posibilita la construcción de un concepto amplio y profundo de revolución social. No es suficiente la toma de poder estatal, no solo hay que socializar la producción y terminar con la propiedad privada; la revolución necesariamente implica una transformación de los micropoderes diversos que constituyen la sociedad: la familia, la escuela, los hospitales, la iglesia, la cárcel.
Una de las aportaciones de Foucault es haberse dado cuenta de que la revolución social debería preocuparse por conocer, resistir y transformar las formas de dominio justamente en el lugar de las prácticas y dispositivos locales del poder, los cuales, constituyen los engranajes del funcionamiento general de la sociedad. Para combatir la dominación política es necesario analizar los mecanismos y dispositivos de control, exclusión, normalización y represión de los educandos, presos, enfermos, mujeres, niños, locos. En vez de copiar las estructuras antidemocráticas de la burocracia estatal, los movimientos revolucionarios deberían crear prácticas políticas totalmente diferentes a las tradicionales formas de dominación del Estado, y por lo tanto, tendrían que caracterizarse por la construcción de organismos esencialmente autogestivos y libertarios.
Macrofísica
Foucault nunca pierda de vista las relaciones estratégicas de poder entre la microfísica y la macrofísica. A través de la correlación de lo particular con lo general y de una metodología que transita de abajo hacia arriba, hace la conexión de microfísica y macrofísica. Así si se comprende adecuadamente la interrelación de microfísica y macrofísica, estaremos en la capacidad de entender el planteamiento foucaultiano de que el poder no es una institución, ni una estructura, ni tampoco la capacidad de alguien, sino que es una estrategia compleja de prácticas de dominación en una sociedad determinada.
Poder, saber y verdad
El poder y el saber se encuentran vinculados dialécticamente: cualquier forma de poder presupone un discurso que legitima y reproduce las relaciones de dominio; así como toda acumulación de saber implica la existencia de sujetos inmersos en un determinado campo de lucha y poder. La permanente articulación de poder y saber se evidencia desde el momento en que nos cercioramos de que el poder no sólo necesita de ciertas formas de saber, sino que además, el mismo poder “crea objetos de saber, los hace emerger, acumula informaciones, las utiliza. No puede comprenderse nada del saber económico si no se sabe cómo se ejercía, en su cotidianeidad, el poder y el poder económico.
El poder se ejerce, afirma Foucault, mediante la producción de discursos que se auto constituyen en verdades incuestionables. El discurso por ello, pasa a ser en realidad una forma específica de poder. La verdad se vuelve ley gracias al poder, pero el poder subsiste y se reproduce debido a que existe un saber que se erige socialmente como verdad.
Así el binomio saber y poder crea, en toda sociedad, una “política general de verdad”, la cual se encarga de distinguir los enunciados falsos de los verdaderos, de sancionar los discursos alternativos, y de definir las técnicas y procedimientos adecuados para la obtención de la verdad que interesa al poder.
El saber dice Foucault, no se limita a ser fuente de justificación ideológica de los poderes existentes, sino que actúa de otras muchas maneras: produce un conjunto de mecanismos efectivos de formación y acumulación de saber, crea métodos de observación, técnicas de registro, procedimientos de indagación y aparatos de verificación.
Lo que preocupa al autor es llegar a comprender como los hombres se gobiernan a sí mismos y a sus semejantes mediante la producción de discursos que se instituyen como verdades científicas.
Poder disciplinario
Para analiza el problema del poder se requiere la confrontación con la forma de poder precedente, este a diferencia del poder disciplinario, característico del capitalismo como forma histórico-concreta, en la Edad Media se manifiesta una relación de poder fundamentalmente ligada al control y a la propiedad de la tierra y sus productos (Foucault, 1980). El poder no se finca en el control disciplinario, sino en la presencia de la soberanía, la alcurnia, el rango y la heroicidad en tanto que valores sociales y culturales prestablecidos e incuestionables.
Durante los siglos XVII y XVIII se inventa una nueva tecnología de poder: la disciplina capitalista con sus tácticas y estrategias específicas de control. Esta moderna mecánica del dominio prioriza el sometimiento de los cuerpos y las almas de los individuos, en tanto que medio de explotación del tiempo de trabajo utilizado en la producción de mercancías, sobre la posesión de la tierra y sus productos como se acostumbraba en el feudalismo.
La disciplina capitalista implica una aceptación por parte de los dominados de toda una compacta cuadriculación de obligaciones y responsabilidades laborales fijadas contractualmente, más que el sometimiento al poder del soberano o a la costumbre heredada por los lazos de consanguinidad.
La disciplina surge entonces como esa necesidad históricamente especifica de garantizar la producción capitalista en ascenso. Se hace necesario correlacionar la nueva cultura liberal con el proceso de acumulación capitalista. Había que introducir la disciplina en tanto que fuente creadora de comportamientos reglamentados en la familia, la escuela y todas las instituciones sociales, como única forma de poder modelar una específica conducta tecnocrática y sumisa de los obreros en las fábricas y de los individuos en la sociedad.
Poder panóptico
La tecnología de la disciplina capitalista adquiere un cuerpo y una denominación precisa con la imagen del panótico de Jeremías Bentham. El panóptico es una máquina de poder en donde existe un inmenso edificio circular que tiene en su centro una torre repleta de pequeñas ventanas, desde donde es posible contemplar en su totalidad las habitaciones que se encuentran a lo largo del edificio periférico, las cuales poseen enormes ventanales en dirección a la torre de vigilancia. Puede considerarse que el panóptico es la metáfora por excelencia de lo Foucault entiende por poder disciplinario. El estado, la policía, la burocracia, el poder en los monopolios, la familia, la escuela, funcionan como grandes panópticos de control y fiscalización cotidiana ejercidos por parte de los que detentan el poder sobre aquellos que lo sufren. El panóptico se vuelve la concretización en instituciones de la disciplina capitalista.
Lo esencial de la disciplina panóptica es la distribución de los cuerpos, las superficies, las miradas, la vigilancia, la inexistencia de espacios privados; lo importante es terminar con la peligrosa intimidad de la vida de los detenidos.

Poder carcelario a modo de conclusión
Una de las preocupaciones fundamentales del sistema carcelario es la de lograr el sometimiento del cuerpo de los sujetos sociales. El cuerpo forma parte de un espacio económico y político. El cuerpo se convierte en maquinaria útil de trabajo una vez que ha sido sometido y reeducado mediante la disciplina. La celda pasa a ser una solución ideal como técnica disciplinaria: priva de la libertad a los presos, los somete físicamente mediante el racionamiento de la alimentación, la prohibición de la sexualidad, la represión, la tortura y la exclusión.
La disciplinarización del cuerpo no es suficiente si no va acompañada del sometimiento importantísimo de las almas de los presos. En este sentido, la prisión también debe de preocuparse por reeducar y reconducir adecuadamente los espíritus encarcelados.
El ejemplo de cárcel como espacio reglamentado donde se castiga, educa y corrige a los individuos asociales, serpa posteriormente generalizado a todas las instituciones sociales. La intención es la misma: crear una alma y un cuerpo modernos, absolutamente disciplinados, en la familia, la escuela, el hospital, el ejército, la iglesia, la fábrica, es decir, en el conjunto de la sociedad civil, con miras a obtener un dócil y eficaz comportamiento de los hombres y mujeres en la producción económica y en la actividad política.
El actual sistema carcelario se ha propuesto juzgar y reeducar a los delincuentes utilizando para ello el sometimiento del cuerpo y el castigo del espíritu. Controlar y manipular el soma y la subjetividad de los detenidos ha pasado a conformar la médula del poder político contemporáneo. No existe mejor camino para la dominación política racional y total, que la presencia de un cuerpo disciplinado dispuesto a obedecer tanto en la guerra como en la producción económica, y la existencia de un alma sometida y manipulada de acuerdo con las necesidades de consenso que requiere la élite gobernante para dirigir la compleja maquinaria del poder disciplinario.
La prisión en tanto es indudablemente, un requisito indispensable para el funcionamiento adecuado de la sociedad actual. La normatividad surgida de ciertos valores y hábitos impuestos, del sometimiento del cuerpo y del alma de los individuos, de la vigilancia y la autovigilancia, de la culpabilización, discriminación y el castigo, ha conducido a la creación de una sofisticada tecnología de poder disciplinante, la cual ha sido adaptada y utilizada por el conjunto diverso de recintos sociales microfísicos con la intención de constituirse en el gran soporte del poder normalizador.
Paradójicamente la presencia de la disciplina como forma capitalista de poder es tan contundente y apabullante que no se aparece como si fuera un espectro intangible, que aunque no puede ser visto ni tocado ni olido, indudablemente está presente, deja sus huellas, y nos determina cotidianamente.
Referencias

Bentham, J. (1982) Panóptico. Madrid: La Piqueta
Foucacult, M. (1980) Microfísica del poder, Madrid: La Piquieta
Foucault, M. (1980) Vigilar y Castigar, México: Siglo XXI
Del Poder Foucaultiano a la cárcel contemporánea (Parte I)
Todos hablamos del poder, lo invocamos o lo evocamos, lo musitamos o lo proferimos a gritos, lo silenciamos y lo deseamos, lo ejercemos y nos domina; sin embargo, nadie o casi nadie, puede decirnos con certeza Qué es y cómo funciona.
El poder lo padecemos cotidianamente aquí y allá, ahora y antes, mañana y siempre. Lo sufrimos, pero también lo practicamos; nos volvemos vitales cuando dominamos algo o a alguien, somos dominadores y estamos fatalmente dominados.
Así, el poder se convierte en un mito y una realidad que se confunden. Configura una relación de actos y voluntades intangibles, espectrales, que circulan y se interiorizan en el individuo y la sociedad. El poder es lo malo: lo criticamos, pretendemos extinguirlo; pero también es lo bueno: anhelamos tomar el poder encarnado en el Estado, dominamos a la naturaleza para someterla a nuestro servicio, nos convertimos en autoridad paternal, científica, educadora o política, con la intención de controlar masas y a los individuos, para salvaguardar el orden social y con el objeto de garantizar la reproducción del modo de vida vigente.
Al poder también lo llevamos dentro: lo absorbemos desde la infancia, lo integramos en la escuela y lo explayamos sobre nosotros mismos y contra los otros a lo largo de la vida; en la producción económica, en la actuación política, en el arte, a la hora del ocio, y hasta en el sueño, siempre estamos sometidos, sometemos o planeamos como salir del sometimiento inventando “paraísos terrenales” que, finalmente, se vuelven nuevas formas del poder ejercido por unos sobre los otros.

La obra de Michel Foucault puede dividirse en tres grandes campos discursivos (Ceballos, 1994). El primer campo discursivo, que configura la visión arqueológica, esta fundamentalmente referido a las reglas internas de las formaciones discursivas. La segunda etapa se refiere a la predominancia de la visión genealógica, es decir, la preocupación de Foucault por comprender las tácticas y estrategias que utiliza el poder. En lugar de explicar el discurso mediante conceptos como archivo, monumento, emergencia, utiliza un nuevo léxico: el de dispositivo, maquinaria, guerra, lucha.
El cambio de perspectiva teórica, de la arqueología a la genealogía y la modificación de la preocupación temática esencial, de la reglamentación del saber a partir de la formación de una episteme hacia la indagación de las técnicas y dispositivos del poder, tienen su probable explicación en tres acontecimientos importantes:
a) La experiencia de la manifestación política-contestaría de los estudiantes, obreros y grupos marginados durante Mayo de 1968.
b) El trabajo de Foucault con el Grupo de Información sobre las prisiones en el año de 1971 y por último,
c) La relectura sistemática de Nietzche, efectuada a fines de los años sesenta, lo cual propició el interés prioritario de Foucault por la voluntad de poder-saber a partir de la perspectiva genealógica.
La tercera modalidad del discurso de Foucault se produce en el transcurso de su propia investigación sobre la sexualidad, que temáticamente pertenece a la problemática del poder. Después de haber publicado el primer volumen de los seis libros programados, comienza a interesarse por la subjetividad de los individuos ligándola a la ética. Entonces su preocupación se orienta hacia elaborar una ontología histórica sobre las técnicas del yo, las cuales, según él, convierten a los hombres en agentes morales.
Quizá lo más importante del discurso foucaultiano durante su etapa arqueológica sea la crítica de la concepción trascendental de la historia, la cual postula la existencia de un origen y un final de las cosas. Rechaza cualquier forma de teología y causalismo, renuncia a los conceptos de devenir y progreso, y se aparta del planteamiento de la totalidad como ámbito central de actuación de un macro-sujeto racional. Quiere definir cuáles son las reglas, transformaciones y umbrales que proliferan los sistemas. Se opone, a la noción unitaria y totalizantes de un discurso siempre lineal y en permanente desarrollo lógico.
La arqueología del saber es un método de análisis del discurso que investiga el conjunto de reglas generales, las cuales determinan las relaciones múltiples entre los enunciados que constituyen el saber de una época. El autor, analiza la compleja relación entre el mismo y su obra con el objeto de desmitificar la centralidad del sujeto, aunque son evidentes las aportaciones del método arqueológico en la crítica del sujeto trascendente, no se debe caer como lo hacen los estructuralistas en la crítica absoluta y radical del sujeto ontológico y epistemológico. Uno de los aspectos problemáticos de la tesis de Foucault es que jamás podrá hacerse un análisis completo del discurso si se prescinde de la relación autor-obra, sujeto-objeto del conocimiento.
Por lo tanto la crítica a la subjetividad no es de ninguna manera falsa, más bien, es demasiado radical, pues se va al extremo opuesto: frente a la mistificación del sujeto epistemológico por parte de los historicistas, los estructuralistas subestiman su importancia como elemento indispensable en el proceso de creación y conocimiento de la realidad.
Durante los años 1969-1970 se da la transición metodológica de Foucault que va de la arqueología a la genealogía, en lugar de insistir en el viejo proyecto de hacer una historia arqueológica de las ciencias, se empieza a preocupar por la investigación de la relación genealógica del poder con el saber en tanto que fenómeno productor de verdad. La genealogía, el método utilizado en los textos foucaultianos que giran en torno del poder, se caracteriza por el establecimiento de una específica vinculación del saber erudito como el saber de la gente, entendido este último como forma de conocimiento local, regional, crítico y diferencial. Dicho método rechaza el saber científico totalizador que remite a cualquier conocimiento a un centro básico de explicación.
Entonces, ¿Qué es el poder? Según Foucault es una
“vasta tecnología que atraviesa al conjunto de relaciones sociales; una maquinaria que produce efectos de dominación a partir de un cierto tipo de estrategias y tácticas específicas” (Foucault, 1980).Aunque el poder transita horizontalmente, se convierte en actitudes, gestos, prácticas y produce efectos, no se encuentra localizado y fijado eternamente, no está nunca en manos o es propiedad de ciertos individuos, clases o instituciones. En su célebre diálogo con Deleuze, Foucault dice que:
“por todas partes en donde existe poder, este se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de él: y sin embargo, se ejerce siempre en una determinada dirección, con los unos de una parte y los otros de otra” (Foucault, citado en Bentham, 1982).De acuerdo con esta lógica el poder se difunde cotidianamente mediante infinitos mecanismos y prácticas sociales, los cuales, al actuar, producen un conjunto de relaciones móviles que son asimétricas.
Con esta idea general de lo que es el poder desde la perspectiva de Foucault, en la siguiente parte de esta entrada, me enfocaré en explicar los tipos de poder que rigen en las instituciones, hasta llegar al poder carcelario analizado desde la perspectiva de este autor.
Referencias

Foucacult, M. (1980). Microfísica del poder Madrid: La Piquieta
Foucault, M. (1980). Vigilar y Castigar. México:Siglo XXI