Por Unknown sábado, 9 de mayo de 2015


Todos hablamos del poder, lo invocamos o lo evocamos, lo musitamos o lo proferimos a gritos, lo silenciamos y lo deseamos, lo ejercemos y nos domina; sin embargo, nadie o casi nadie, puede decirnos con certeza Qué es y cómo funciona.

El poder lo padecemos cotidianamente aquí y allá, ahora y antes, mañana y siempre. Lo sufrimos, pero también lo practicamos; nos volvemos vitales cuando dominamos algo o a alguien, somos dominadores y estamos fatalmente dominados.

Así, el poder  se convierte en un mito y una realidad que se confunden. Configura una relación de actos y voluntades intangibles, espectrales, que circulan y se interiorizan en el individuo y la sociedad. El poder es lo malo: lo criticamos, pretendemos extinguirlo; pero también es lo bueno: anhelamos tomar el poder encarnado en el Estado, dominamos a la naturaleza para someterla a nuestro servicio, nos convertimos en autoridad paternal, científica, educadora o política, con la intención de controlar masas y a los individuos, para salvaguardar el orden social y con el objeto de garantizar la reproducción del modo de vida vigente.

Al poder también lo llevamos dentro: lo absorbemos desde la infancia, lo integramos en la escuela y lo explayamos sobre nosotros mismos y contra los otros a lo largo de la vida; en la producción económica, en la actuación política, en el arte, a la hora del ocio, y hasta en el sueño, siempre estamos sometidos, sometemos o planeamos como salir del sometimiento inventando “paraísos terrenales” que, finalmente, se vuelven nuevas formas del poder ejercido por unos sobre los otros.

Foucault es uno de los pocos teóricos sociales que conjuntan en su obra la conceptualización general abstracta de lo que se entiende por poder, con una serie de investigaciones históricas empíricas. Dicho autor se aleja de la tradicional producción teórica y sociológica que hegemoniza el saber en la universidad, mediante la original interrelación de una investigación erudita que utiliza un lenguaje sencillo. Crea un discurso que emana originalidad, que manifiesta el respeto por el detalle, por lo minúsculo, por lo específico y lo diverso, sin olvidarse  de la importante tarea de consolidar una concepción que, respetando las diferencias y discontinuidades de la realidad, enfoque con amplitud y riqueza, el fenómeno del poder.

La obra de Michel Foucault puede dividirse en tres grandes campos discursivos (Ceballos, 1994). El primer campo discursivo, que configura la visión arqueológica, esta fundamentalmente referido a las reglas internas de las formaciones discursivas. La segunda etapa se refiere a la predominancia de la visión genealógica, es decir, la preocupación de Foucault por comprender las tácticas y estrategias que utiliza el poder. En lugar de explicar el discurso mediante conceptos como archivo, monumento, emergencia, utiliza un nuevo léxico: el de dispositivo, maquinaria, guerra, lucha.

El cambio de perspectiva teórica, de la arqueología a la genealogía y la modificación de la preocupación temática esencial, de la reglamentación del saber a partir de la formación de una episteme hacia la indagación de las técnicas y dispositivos del poder, tienen su probable explicación en tres acontecimientos importantes:

a) La experiencia de la manifestación política-contestaría de los estudiantes, obreros y grupos marginados durante Mayo de 1968.
b) El trabajo de Foucault con el Grupo de Información sobre las prisiones en el año de 1971 y por último,
c) La relectura sistemática de Nietzche, efectuada a fines de los años sesenta, lo cual propició el interés prioritario de Foucault por la voluntad de poder-saber a partir de la perspectiva genealógica.

La tercera modalidad del discurso de Foucault se produce en el transcurso de su propia investigación sobre la sexualidad, que temáticamente pertenece a la problemática del poder. Después de haber publicado el primer volumen de los seis libros programados, comienza a interesarse  por la subjetividad de los individuos ligándola a la ética. Entonces su preocupación se orienta hacia elaborar una ontología histórica sobre las técnicas del yo, las cuales, según él, convierten a los hombres en agentes morales.

Quizá lo más importante del discurso foucaultiano durante su etapa arqueológica sea la crítica de la concepción trascendental de la historia, la cual postula la existencia de un origen y un final de las cosas. Rechaza cualquier forma de teología y causalismo, renuncia  a los conceptos de devenir y progreso, y se aparta del planteamiento de la totalidad como ámbito central de actuación de un macro-sujeto racional. Quiere definir cuáles son las reglas, transformaciones y umbrales que proliferan los sistemas. Se opone,  a la noción unitaria y totalizantes de un discurso siempre lineal y en permanente desarrollo lógico.

La arqueología del saber es un método de análisis del discurso que investiga el conjunto de reglas generales, las cuales determinan las relaciones múltiples entre los enunciados que constituyen el saber de una época. El autor, analiza la compleja relación entre el mismo y su obra con el objeto de desmitificar la centralidad del sujeto, aunque son evidentes las aportaciones del método arqueológico en la crítica del sujeto trascendente, no se debe caer como lo hacen los estructuralistas en la crítica absoluta y radical del sujeto ontológico y epistemológico. Uno de los aspectos problemáticos de la tesis de Foucault es que jamás podrá hacerse un análisis completo del discurso si se prescinde de la relación autor-obra, sujeto-objeto del conocimiento.

Por lo tanto la crítica a la subjetividad no es de ninguna manera falsa,  más bien, es demasiado radical, pues se va al extremo opuesto: frente a la mistificación del sujeto epistemológico por parte de los historicistas, los estructuralistas subestiman su importancia como elemento indispensable en el proceso de creación y conocimiento de la realidad.

Durante los años 1969-1970 se da la transición metodológica de Foucault que va de la arqueología a la genealogía, en lugar de insistir en el viejo proyecto de hacer una historia arqueológica de las ciencias, se empieza a preocupar por la investigación de la relación genealógica del poder con el saber en tanto que fenómeno productor de verdad. La genealogía, el método utilizado en los textos foucaultianos que giran en torno del poder, se caracteriza por el establecimiento de una específica vinculación del saber erudito como el saber de la gente, entendido este último como forma de conocimiento local, regional, crítico y diferencial. Dicho método rechaza el saber científico totalizador que remite a cualquier conocimiento a un centro básico de explicación.

Entonces, ¿Qué es el poder? Según Foucault es una
“vasta tecnología que atraviesa al conjunto de relaciones sociales; una maquinaria que produce efectos de dominación a partir de un cierto tipo  de estrategias y tácticas específicas” (Foucault, 1980).
Aunque el poder transita horizontalmente, se convierte en actitudes, gestos, prácticas y produce efectos, no se encuentra localizado y fijado eternamente, no está nunca en manos o es propiedad de ciertos individuos, clases o instituciones. En su célebre diálogo con Deleuze, Foucault dice que:
“por todas partes en donde existe poder, este se ejerce. Nadie, hablando con propiedad, es el titular de él: y sin embargo, se ejerce siempre en una determinada dirección, con los unos de una parte y los otros de otra” (Foucault, citado en Bentham, 1982).
De acuerdo con esta lógica el poder se difunde cotidianamente mediante infinitos mecanismos y prácticas sociales, los cuales, al actuar, producen un conjunto de relaciones móviles que son asimétricas.

Con esta idea general de lo que es el poder desde la perspectiva de Foucault, en la siguiente parte de esta entrada, me enfocaré en explicar los tipos de poder que rigen en las instituciones, hasta llegar al poder carcelario analizado desde la perspectiva de este autor.

Referencias

ResearchBlogging.org
Foucacult, M. (1980). Microfísica del poder Madrid: La Piquieta
Foucault, M. (1980). Vigilar y Castigar. México:Siglo XXI

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